«Premiar a las monjas Adoratrices es una burla a la Memoria Histórica»

Las víctimas de los reformatorios dirigidos por la congregación y auspiciados por el Patronato de Protección a la Mujer, institución franquista implicada en la trama de robo de bebés, planean presentar una queja formal ante el Defensor del Pueblo por el premio a los ‘Derechos Humanos Rey de España’ otorgado a la orden el pasado abril

publico.es | Josefina Grosso| 31-5-2015

Las Monjas Adoratricesson actualmente una congregación cuya labor se centra en la ayuda a lasvíctimas de trata, prostitución y violencia de género. Pero, sin embargo, este no siempre ha sido su cometido. Durante décadas la orden de las Adoratrices, ‘Esclavas del Santísmo Sacramento y de la Caridad’, estuvo vinculada alPatronato de Protección a la Mujer, institución dependiente del Ministerio de Justicia e implicada en la trama de robo de bebés.

El pasado 13 de abril recibieron,  el Premio a los Derechos Humanos Rey de España, concedido por la Universidad de Alcalá y el Defensor del Pueblo. Amarga sorpresa se llevaron  las mujeres que sufrieron el ‘destierro”en los centros que dirigían estas religiosas, encerradas por ser lo que en aquel momento se denominada “caídas o en riesgo de caer”. “Para aceptar premio alguno primero deberían asumir lo que nos hicieron· Premiarlas es una burla a la Memoria Histórica”, sentencian. 

Consuelo García del Cid conoce bien el tema. Ella misma fue víctima de uno de los muchos centros que estas monjas controlaban con el beneplácito del régimen. La encerraron “por pensar”, sencillamente. Es la autora deLas desterradas hija de Eva,obra que denuncia la labor de “redimir caídas” de estas religiosas. “Ellas pensaban que nos estaban salvando pero lo que de verdad pretendían era anularnos”, asegura. “Los conventos de las Adoratrices tenían un régimen carcelario, eramos explotadas laboralmente sin percibir salario alguno, castigadas en cuartos de aislamiento, obligadas a rezar, fregar, obedecer y fingir, mientras intentaban, con todos sus medios, anular personalidades, lavarnos el cerebro e imponer el patrón femenino del régimen con especial devoción”, cuenta con rotundidad la escritora. 

Las desterradas son un grupo de mujeres que sufrieron el encierro injusto en estos centros que, luchan “por reivindicar lo sucedido, el horror que vivimos”. Aseguran a Público que van a elevar su queja formal ante la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, la misma que dio su visto bueno para premiar a la congregación. “Estoy casi segura de que Soledad Becerril no sabe ni conoce el pasado de las Adoratrices y Felipe VI, tampoco”, sentencia Consuelo. 

Teresa Fernández Gismero estuvo también en las Adoratrices, primero en el de la calle Padre Damián, junto a Consuelo, y luego en otro en Albacete. “El día que me enteré me quise morir, y sigo en ello. No entiendo cómo se le puede dar un premio de Derechos Humanos a una orden que ha hecho tanto daño.  Es una aberración después de pasar lo que hemos pasado”. También cayó en manos del Patronato por pensar por sí misma.

“A mí me encerraron ahí por pensar, porque me veían desde el colegio como un peligro. Yo era una chica inteligente, qué me hacía muchas preguntas, me cuestionada muchas cosas. Ahora de mayor veo que yo preguntaba cosas que no debía para la época. Todo empezó en el colegio, iba a un colegio de monjas y había una monja en particular que me tenía especial manía, me veía como una amenaza peligrosa”, cuenta a este diario Teresa. Recuerda su paso por el centro como tremendo, sobre todo un episodio en concreto, el día que pretendían obligarle a firmar un papel en blanco, algo a lo que se negó rotundamente. Lo que querían que firmara era un consentimiento para quitarle a su madre su patria potestad en favor del Patronato, “todo un sin sentido”, lamenta. 

Desde el minuto uno cuenta que se sintió presa y en un acto desesperado decidió emprender una huelga de hambre de casi 40 días que casi la mata. El de Teresa era claramente un acto reivindicativo, un grito desesperado y silencioso, porque, como todas coinciden, todo allí era así, en silencio. “Estaba desesperada, yo antes de entrar tenía una vida y de repente vi que no tenía ningún control sobre mi vida, ninguno. En aquel momento vi que lo único que podía hacer para seguir sintiéndome persona era dejar de comer”. Teresa ahora es médico de profesión y sabe que estuvo al borde de la muerte. Le salvó la vida una enfermera que al ver su estado lo puso en conocimiento de su madre. La monjas, asegura, ignoraron por completo su desesperación.

Anna es francesa, su acento la delata. Su caso es poco habitual. Ella no acabó en las adoratrices por ser ‘rebelde’. Por problemas familiares su madre se vio obligada a dejar a su hermana de 12 y a ella de 13 en el cuestionado convento de las Adoratrices de Padre Damián 52. Es amiga personal de García del Cid, amistad que se forjó entre los muros de su destierro. “Hacían lo imposible para separarnos, teníamos que hablar a escondidas. Los momentos de silencio obligado eran muy grande, demasiado largos. 

Define su experiencia como “totalmente destructora”.  “No tuvimos malos tratos físicos no pero psicológicos todos. Me sentí maltratada allí. A nadie le importábamos. Y eso que yo me portaba bien, era de las buenas dentro”. La hermana de Anna salió tocada del centro, murió antes de cumplir los 20 al poco tiempo de salir de allí. ” Le destruyeron la vida, se enganchó a las drogas y murió muy joven a los pocos años de salir del centro”, asegura a Público con la voz entrecortada.

“Trabajábamos sin recibir ningún tipo de salario, mucho silencio, mucha presión religiosa y encierro constante. Las monjas ganaban dinero a nuestra costa”, cuenta Anna. Todos los testimonios coinciden que percibían remuneración alguna por la labor que realizaban en los talleres. Comentan que ElCorte Inglés reconoció que en los reformatorios se trabajaba para ellos asegurando que se les pagaba a las chicas, distintos es, como destacan todas, que el dinero llegara a sus verdaderas destinatarias.

“Las adoratrices crearon un sistema penitenciario oculto, colaboraron con el franquismo y sometieron menores hasta los 25 años. Que su premio presente pase por asumir ese pasado reciente que queda por resolver. Tenemos muchas cuentas pendientes y un gran ajuste de hechos”, sentencia Consuelo García del Cid, cuya lucha es ya larga. Ahora quieren respuestas, “un mínimo reconocimiento por el daño causado y que se contemple el clima moral de sus asuntos”, y sobre todo, saber por qué, ahora, sus derechos humanos, “no cuentan”.

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