Arranca la serie de ‘Público’ sobre la Guerra Civil con secuencias inéditas grabadas el Día del Trabajador en las calles de Madrid que no llegaron a emitirse en la gran pantalla.
El secretario general de CCOO, Unai Sordo, escribe para esta primera entrega un texto en el que se recrea en las imágenes filmadas por la Corporación Hearst para sus noticiarios en cines de EEUU.

Unai Sordo / Madrid––Actualizado a
El año era el 36.
El mes, el de mayo.
Francisco Largo Caballero, el que fuera primer ministro de trabajo de la Segunda República, se dirige a la manifestación del Primero de Mayo en Madrid.
Miles de hombres, mujeres, muchas mujeres, incluso niños, desfilan por las calles de un día soleado de la primavera. La nitidez de las imágenes ilumina, emociona, asombra.
Querían meter huevos en la tortilla.
Café en el café.
Tiza en la dieta.
Libros en el zurrón.
Misiones pedagógicas en los pueblos.
Puños en el aire.
Aire en los pulmones.
Mujeres en la calle.
Mujeres de desborde.
Cuatro meses antes, en febrero, se habían celebrado en España elecciones generales con la victoria del Frente Popular. Transcurrirían 40 años hasta las siguientes. En febrero se conformaba un Gobierno presidido por Manuel Azaña.
Dos días después, la Diputación Permanente de las Cortes Españolas aprueba el proyecto de amnistía que afecta a todos los presos políticos, incluidos los encarcelados por la Revolución del 34. Una mujer, Dolores Ibárruri, abre las celdas del penal de Oviedo.
Mientras las masas desfilan en la manifestación, a veces arremolinadas, a veces en formación marcial, con pancartas, estrellas, jolgorios, todavía en las cunetas primaverales de España, florecían acebuches, romeros, lavanda o tomillo.
La tierra amasada de las tapias empezaba a sudar en las mediodías que preludiaban un verano cálido, ajenas aún a los ríos de sangre que salpicarían sus encalados.
El Primero de Mayo de 1936 ondeaban azadones en los brazos de los campesinos arrendatarios sobre los que se había prohibido los desahucios, se blandían hoces por la implantación en el campo del Seguro de Accidentes de Trabajo, por el decreto de jornada de ocho horas en todas las actividades laborales, incluido el sector agrario.
Marcial Lalanda presentía la irrupción de Manolete. El Athletic de Bilbao de Bata ganaba su cuarta liga al Real Madrid de Quincoces y Zamora, en un San Mamés con 13 mil espectadores de aforo.
El morado castellano de la bandera española jalonaba a miles de mujeres que ocupaban la calle, el espacio público, con la satisfacción liberada ante la cámara, el puño en alto rompiendo el molde de las cocinas de leña y la lumbre baja y callada de la chimenea oculta; el olor a potaje y a guiso de casquería.
Las muchachas del servir se sindicaban y pasaban a ser obreras del hogar. Simultáneamente, en la prensa conservadora proliferaban acusaciones de robos cometidos por criadas y sirvientas en las casas de la burguesía.
La obra legislativa laboral de la Segunda República supuso un avance sin precedentes para afrontar problemas del mundo del trabajo desconocidos o marginados hasta entonces.
La reforma agraria y los decretos de reforma laboral se convirtieron en arsenal para la oposición y de resistencia para los propietarios agrícolas. Medidas reformistas que lesionaron intereses de algunos, quebraron tradiciones arcaicas y sembraron temores.
Las trabajadoras de la aguja se sindican y toman las calles de España un Primero de Mayo de 1936.
El sueño de una sociedad
En las caras, en los puños, se refleja algo más que la derrota en febrero del bienio radical-cedista. Reflejan el sueño de una nueva sociedad. Los sindicatos engrosan aún más sus filas y su afiliación.
Se decreta la readmisión de las personas despedidas por motivos políticos y sindicales, que habrán de ser indemnizadas; se implanta la jornada de 44 horas en las empresas siderúrgicas y eléctricas, de 40 ó 44 en las minas.
El sueño de un país donde labriegos, mineros, empleadas de hogar, obreras de la aguja, compartían anhelos con la Vida es sueño o con Fuenteovejuna, de la ambulante Barraca que detuvo su periplo en la primavera del treinta y seis en el Ateneo de Madrid, con la última función del Caballero de Olmedo.
La República de las maestras hablando de igualdad en remotas aldeas, las escuelas nocturnas para trabajadoras: “No venimos a pediros nada. Al contrario, venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas. Porque el Gobierno de la República, que nos envía, nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas, a las más abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos”.
Se atisba la traición a la Segunda República
En estas imágenes limpias del Primero de Mayo de 1936 no se puede atisbar siquiera la traición germinada desde el mismísimo día de la proclamación de la República.
Se cernían como nubarrones imperceptibles los dobles fondos en los adobes de una trinchera infinita, los armarios que permanecerían cerrados durante 40 años, los rosarios y los catecismos, las rapadas, los exiliados, las pilas de cadáveres, los bebés robados, el gen rojo, el Patronato de Protección a la Mujer.
El 12 de julio pistoleros ultraderechistas asesinan en Madrid al teniente Castillo, guardia de asalto muy cercano al PSOE a cuyas milicias entrenaba.
Al día siguiente, y en represalia milicias socialistas, asesinan de madrugada a Calvo Sotelo, destacado líder de las derechas.
En Italia, en ese mismo mes de julio, Mussolini suministra armas a los monárquicos españoles.
En Berlín, la ciudad que había sido designada para celebrar los Juegos Olímpicos en agosto de ese mismo año, Adolf Hitler ordena ocupar las zonas desmilitarizadas de la Renania, en la frontera con Francia, con el ejército que, según el Tratado de Versalles, Alemania no podía tener.
El día soleado de estas imágenes permanece ajeno a las nubes negras que se ciñen sobre España y sobre Europa. Pero la ingenuidad maravillosa de quien se atreven a soñar con la libertad y la justicia alumbra una cinta inédita y radiante.
Querían meter huevos en la tortilla.
Café en el café.
Tiza en la dieta.
Libros en el zurrón.
Misiones pedagógicas en los pueblos.
Puños en el aire.
Aire en los pulmones.
Mujeres en la calle.
Mujeres de desborde.





