El fracaso de los educadores y del sistema educativo
Rafael Cabanillas
El fracaso de los educadores y del sistema educativo | Público
En contra de mis intereses literarios y aunque no sea generalizable, reconozco que una imagen vale más que mil palabras. La fuerza de una foto o de una escena cinematográfica que se agarra a tu cerebro y ya no te suelta jamás.
En contra de mis intereses literarios y aunque no sea generalizable, reconozco que una imagen vale más que mil palabras. La fuerza de una foto o de una escena cinematográfica que se agarra a tu cerebro y ya no te suelta jamás.
“Ahora lo chulo es ser facha” dice uno, con su pulserita de la bandera de España, en una entrevista que veo, mientras su compañero, con aire de matón y brazo en alto, añade a gritos: “Sí, orgullosos de ser de VOX. Odiamos a los inmigrantes, queremos que se marchen de nuestra patria, igual que los maricones y las feminazis”.
Por su rostro y su tono de voz/coz, creo reconocer a dos de mis antiguos alumnos del instituto que pasaban desapercibidos en clase. Dos chicos bastante apáticos, que se han convertidos en hienas del rencor. Igual que Christian, al que, si no me equivoco, tú le dabas Ciencias Sociales en el instituto de Mataró, y es el que convoca a “cazar moros”, como líder de la plataforma Deportadlos Ahora. O como ese joven, otro alumno nuestro, que ha acudido a la llamada a Torre Pacheco y ha sido capaz de introducir su pie por la ventanilla de un coche, al que ya han roto los cristales con sus bates de béisbol, y le está dando patadas y más patadas con la bota a la cabeza del conductor. Un magrebí. Con tanto odio y violencia que querría matarlo. Arrancarle la cabeza de cuajo. ¿Por qué, muchacho? ¿Quién te ha metido ese demonio en tu cuerpo? ¿De qué casa sales, de qué familia, qué maestro te dio clases?
Yo no acabo de entenderlo. Entender que su ideario sea el absolutamente opuesto al de sus padres y sus abuelos. Por mucho choque generacional y ley del péndulo. Un ideario simple basado en el racismo, la homofobia, el clasismo, el rechazo al feminismo y al diferente, al cambio climático, y abrazando la exaltación al macho y a la patria, a la ley del más fuerte, el hipercapitalismo voraz, al individualismo, la competitividad feroz y la necesidad de mano dura. Incluso prefiriendo gobiernos autoritarios a los democráticos. ¡Pufffff! Un cóctel bien agitado, efervescente, asentado en su analfabetismo, en su desconocimiento total de la historia y los fundamentos ideológicos, que los lleva a hacer el saludo nazi, a alabar a Franco y al exterminador Netanyahu, a prender fuego a un mendigo en un cajero o a montar patrullas para perseguir y aterrorizar a los inmigrantes que están salvando la economía española.
En las antípodas de los derechos humanos que tanto trabajo costó conquistar. Y que ahora, sus admirados Trump, Milei, Bolsonaro, Orban, Bukele y demás calaña, se cargan de un plumazo. Los abuelos y padres de estos chavales, se rebelaron contra sus mayores también y se hicieron comunistas, anarquistas, socialistas y hippies. Los que participaron en el Mayo del 68 gritaban bellas consignas: “La imaginación al poder”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Haz el amor y no la guerra”. Eran antisistema. No les gustaba la sociedad en la que vivían y querían cambiarla. Vestían camisetas con la imagen del Che Guevara al grito de “Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, eran pacifistas y se opusieron a la guerra de Vietnam. Luchaban para conseguir un mundo más justo y mejor. Sus ídolos eran Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Pepe Mujica. Compara ahora los exabruptos de estos jóvenes españoles y sus referentes –Abascal, Alvise, Ayuso, Daniel Esteve…– y se te caerá el alma a pedazos. Hoy ser rebelde, es ser reaccionario. ¿Qué hemos hecho para crear semejantes monstruos?
Recuerdo que en mi instituto, algunos compañeros se negaban a “educar”. Su argumento era que les pagaban para enseñar. Podían estar rellenando pizarras y pizarras de fórmulas químicas, mientras a su espalda el mundo se derrumbaba y a ellos no les importaba. Según las últimas elecciones sindicales en la Enseñanza Pública, la mayoría de profesores son conservadores ¡Ay, MUFACE! Entonces tenían cierto pudor en manifestarse públicamente. Hoy, algunos de estos, van de “colegas” y han salido del armario. Adoctrinan abiertamente, envenenan la mente de los chavales y son los instigadores para su militancia fascistoide. Cuanto más torpes, más manipulables. Por eso, en general, se salvan los más inteligentes, los más cualificados y los que cuentan con un buen apoyo familiar, que pueda contrarrestar toda esa basura. Cuanto más vulnerables, social, familiar y económicamente, más manipulables. ¡Ay, los padres! Recuerdo a un jefe de estudios entrando a la sala de profesores diciendo: –Nos acaba de mandar la inspección dos buenos elementos. Nos han obligado a matricularlos, dos buenas piezas. Así que ya sabéis nuestro método: parte, parte, expulsión; parte, parte, expulsión. Hasta que se larguen–. ¿Será, hoy, alguno de ellos el del bate?
No querían “educar”, solo “enseñar” conocimientos, esgrimiendo el argumento de que los alumnos debían venir al instituto educados. Que de la educación se ocuparan los padres. ¿Y qué ocurre si muchos de los padres de esta sociedad han renunciado, por mil razones, a educar a sus hijos? Pues que no los educa nadie. No, perdón, los educa la jauría de ahí afuera. TikTok, Instagram, Youtube y los influencers. ¿Y quién domina, a base de mucha propaganda y dinero, ese inframundo que dirige a nuestros jóvenes? Efectivamente, las organizaciones de (extrema)derecha. Por eso ganan elecciones y se han hecho con el poder del planeta esa cuadrilla de perturbados energúmenos. Que, por odiosos que sean, son hombres de paja al servicio de una revolución global para acabar con los derechos ciudadanos, los avances sociales, el estado de bienestar y perpetuar la desigualdad en beneficio propio.
¿Y qué podemos hacer en el ámbito educativo, además de angustiarnos, para no dar la batalla por perdida? Mucho y estamos tardando en hacerlo. Sobre todo las autoridades. Lo debería haber hecho o iniciado el gobierno anterior de PSOE/UNIDAS PODEMOS con su mayoría, pero… Y las familias. Hay que combatir la guerra cultural de la (extrema)derecha que pretende reeducar a nuestros jóvenes, con sus campañas de mentiras en las redes para desprestigiar el sistema público, lo colectivo, también a los profesores comprometidos, muchísimos, y rechazar la idea alarmante de que todo funciona mal y las instituciones no nos valen. Combatir la falsa ideología de la competitividad y el esfuerzo, que vincula el fracaso exclusivamente con el individuo. Una mentira más de las suyas, asociada a la ley del más fuerte y la cachiporra.
Llegados a este punto en el que está en juego el futuro y para acabar con esas dos categorías de jóvenes odiadores (los desgraciaos/carne cañón y los “niños bien” de los colegios clasistas) hay que reforzar el sistema público educativo, en detrimento del privado. Hay que cambiar el modelo de financiación de la enseñanza concertada. Se acabó. Ya no nos vale. De manera que deben quedar solo dos modelos: el público y el privado. El Estado financia el público, que es universal y gratuito, de calidad, con plazas suficientes, bien dotado, y el privado se lo pagan ellos. Así se respeta la libertad de elección, de culto, de ideología, hasta de vestimenta… pero que se la paguen con su dinerito, no con el nuestro. En ambos modelos es necesario introducir con mayor fuerza y rigor, los valores de la democracia, la solidaridad, el bien común, el respeto a la diversidad y la igualdad de oportunidades. Es decir, hay que mantener y reforzar, con suficiente horario lectivo, evaluables, las enseñanzas en valores. Que no las imparta cualquiera, sino profesores especializados. Aunque, además, hay que formar a todos los profesores en esas materias y en el espíritu crítico, para una escuela inclusiva, abierta y democrática. También debemos actualizar los contenidos. ¿Por qué siguen los alumnos, igual que en nuestra época, sin estudiar con cierta profundidad la Guerra Civil y el franquismo? ¿Hitler y Auschwitz?
Con la iglesia, que pide elecciones por boca de su presidente, tan próximo a VOX, hay que revisar ese concordato de 1.953, no revocado, parcialmente reformado en 1979. No vale, tiene 72 años. Hay que darle una vuelta y poner los acuerdos en consonancia con un Estado aconfesional de verdad. Ni más ni menos derechos que las otras creencias, ni más privilegios. Lo primero: las clases de religión, fuera de los centros. Que se queden en sus iglesias, mezquitas o pagodas.
La mayor parte de los centros concertados y privados (caldo de cultivo) están en sus manos. Los pagamos nosotros, los creyentes, los agnósticos y los ateos. Debemos respetar la sintonía de la iglesia con los postulados de VOX, HazteOír, El Yunque, el Opus Dei, Los Kikos y la madre que los parió… pero lo que no podemos es pagar nosotros el adoctrinamiento en sus colegios. ¡Pobre papa Francisco, al que tanto aborrecían!
Que nadie piense que estoy loco. Ni que soy un Sacamantecas devora niños. Los que hemos vivido años en el extranjero, dando clases, sabemos de lo que hablamos. Nada de locuras. Sino un poco de valentía que es la que siempre nos ha faltado (¡Más cobardes y vendidos que Europa y la Von der Leyen!). Viajen a Francia con su permanente inspiración republicana – Liberté, Egalité, Fraternité –, a Suiza, a Holanda, y comparen sus sistemas educativos. Nada diferentes a los que reivindico. Cuéntenle a un profesor francés nuestro modelo, con la iglesia siempre por medio, sus clases de religión – en Francia prohibidas desde 1905, aquí casi permanecía la Inquisición – y se echará las manos a la cabeza sin comprenderlo.
No es mucho pedir, tan solo lo que hubiera deseado don Gregorio, para que ningún Moncho de turno vuelva a apedrear a nadie. Ni a profes, homosexuales, mujeres, ni a inmigrantes.