Sevilla. Buque prisión Carvoeiro: el infierno atraca en aguas del Guadalquivir.

Buque prisión Carvoeiro: el infierno atraca en aguas del Guadalquivir

Andalucesdiario.es / María Serrano / 21 oct 2015

Imaginando tan solo escenas de las galeras de navíos del siglo XVI, podemos acercarnos a la imagen de la prisión flotante que tuvo Sevilla al inicio de la represión franquista. El buque prisión Cabo Carvoeiro fue atracado a las orillas del Guadalquivir para recluir a centenares de presos que no tenían cabida en las cárceles que la ciudad andaluza organizaba de forma imprevista al inicio de la guerra civil.

José Antonio Bonilla estaba preso a bordo del Cabo Carvoeiro. Era alcalde socialista del pueblo de Nerva (Huelva) y formó parte de la columna de resistencia minera de la Pañoleta que acabó apresada por las fuerzas del general Queipo de Llano. Aquella cárcel flotante era conocida como el barco de la muerte. Desde sus bodegas, Bonilla escribiría unas letras a los suyos a modo de despedida, antes de ser fusilado el 31 de agosto de 1936.

“En el buque que estamos a causa del calor, los presos lo están pasando regular. A nosotros nadie nos visita, no nos traen ropa, con la falta que nos hace. Yo estoy ya sin calzoncillos y sin jabon”. José Antonio rubricaría esta carta sin saber que las de aquel barco infernal serían las últimas paredes que verían sus ojos antes de ser asesinado.

OCULTO DURANTE DÉCADAS

El buque prisión Carvoeiro era uno de los 24 navíos que pertenecían a la conocida naviera Ybarra desde el año 1909. El historiador José Luis Gutiérrez apunta que “aquel lugar se ha mantenido oculto durante décadas hasta el punto de que hoy resulta difícil establecer el número de presos que pasaron por él”, aclara. Sin embargo, algunas fuentes históricas señalan que su período de vida tuvo lugar desde el 28 de julio al 8 de diciembre de 1936 con una afluencia de hasta 500 reclusos diarios. Sin juicio, ni cargos descritos, los acusados ingresaban en esta cárcel cuyo funcionamiento se coordinaba con la prisión provincial de Sevilla, conocida como Ranilla, gracias a la mano férrea de soldados y militares que la custodiaban.

El investigador Manolo Bueno afirma que este barco “se encuentra en el recuerdo de muchas familias de Sevilla a pesar de que no haya ningún estudio específico que haya salido a la luz”. En su análisis, publicado por el Centro de Estudios Andaluces, afirma que “las detenciones masivas llevaron a las autoridades golpistas en Sevilla a improvisar centros de reclusión por toda la ciudad”. En la red de espacios, ideada por Queipo de Llano, se desarrolló un verdadero plan de exterminio. Entre estos lugares se encontraba la cárcel de Ranilla hoy desaparecida, el barco Carvoeiro, la sala Variedades, el cine Jáuregui, los sótanos de la Plaza de España o la comisaría de vigilancia de Jesús del Gran Poder, por donde pasaban todos los presos antes de ser fusilados en las tapias del cementerio de San Fernando.

HACINADOS ENTRE CHAPAS DE ACERO

Hambrientos, hacinados y casi sin oxígeno, cientos de presos vivieron el infierno de soportar altísimas temperaturas debido no solo al verano sevillano, sino al recalentamiento de aquella chapa de acero que recubría al Carvoeiro. Eran tales condiciones de insalubridad que hay constatados varios casos de huida. Entre ellos se encuentra la historia de Alberto Barrera, de profesión jornalero y procedente de Cantillana (Sevilla). Su intento de fuga fue perpetrado tras conocer la sentencia de muerte que le esperaba. Desde la pasarela del barco saltó al agua donde fue hallado su cadáver días más tarde.

Bueno relata que la mayoría de la población reclusa era joven. “Sus edades oscilaron entre los 16 años como fue el caso del panadero de Camas Miguel Expósito hasta los 60 años de José Jiménez, ferroviario cenetista”.

El historiador José Luis Gutiérrez recuerda que solo era permitida la entrada a guardianes y niños al interior del barco. Éstos últimos permitirán a los “detenidos sacar mensajes al exterior entre los dobladillos de los pantalones o mudas sucias”, relata.

Aquel hacinamiento en las bodegas hacía que los presos tuvieran escasamente un metro y medio per cápita como espacio, lo que desencadenó toda clase de enfermedades. A ello se unía una fuerte incertidumbre por la falta de juicios que desataba la histeria entre los presos. Bueno señala que la compañía sevillana Ybarra cobró un alto precio por los servicios prestados como prisión de una de sus naves. “La compañía tenía pendiente en 1940 percibir un millón y medio de pesetas por los servicios prestados”, que serviría para reclamar parte de su botín de guerra al nuevo Estado franquista.

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