Sevilla. Habitando el silencio: una obra que rescata la memoria histórica olvidada del edificio de la ESAD

Habitando el silencio: una obra que rescata la memoria histórica olvidada del edificio de la ESAD

El Cuartel del Carmen, antiguo convento y actual sede de Escuela de Arte Dramático de Sevilla, fue el escenario de una obra en la que los propios alumnos reflexionan sobre la herencia del edificio en el que estudian y del vacío de información que ha devorado los nombres de los seis asesinados por el franquismo en él.

El 31 de julio de 1936 los detienen. Pasan unos días bajo custodia, pero el número exacto se ha perdido. Puede que fueran puestos en libertad y recapturados. Puede que no. A dos de ellos los liberan, por motivos desconocidos. A los otros cuatro los llevan a Riopudio y en su vereda los asesinan el 26 de agosto de 1936. Los entierran, posiblemente cerca del lugar del crimen. Sus ejecuciones desaparecen de la historia, como engullidos por una gran ballena.

En escena, un sepulturero recorre los pasillos del antiguo Cuartel del Carmen arrastrando su pala tras él. Los fósiles de seis nombres han sido desenterrados, como los restos de una criatura extinta siendo alzados por un movimiento tectónico. Solo que el foso del que son rescatados es demasiado profundo para su edad y no están solos ahí abajo. 114.226 “desapariciones forzosas.” Más de 2000 fosas comunes. Más de 5.600 escudos, calles, cruces y monumentos del franquismo aún en pie. El sepulturero y su pala quedan como testigos.

“En la escuela siempre se ha hablado mucho de fantasmas”, explica Raúl Pérez, profesor de la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla. El pasado 21 de marzo, él y los alumnos de la escuela rescataron la historia de los seis hombres encarcelados, reclamando sus nombres e iluminando un vacío asfixiante. Una bengala cayendo al lecho marino. “Lo ingenuo sería asumir que solo mataron a cuatro en este edificio”, comenta Geraldine Carmona, alumna que participó en el proceso de investigación de la obra. Los alumnos de la ESAD recurren a los fantasmas, a los murmullos olvidados a conciencia y a la brutal herencia de su edificio para hablar de cómo los nombres de los muertos aún pesan sobre los vivos y amenazan con llevarnos a todos a pique.

Seis nombres engullidos

En 1841 se estableció el Cuartel del Carmen en el edificio donde, antes de ser desamortizado, había un convento, cedido siglos antes a la Orden del Carmen. De esta fecha hasta el fin de su uso militar en 1978, existe un abismo absoluto en términos de información. “Son 100 años vacíos. Apenas se ha registrado la historia del edificio”, comenta Pérez. Los alumnos trabajaron junto al historiador José M.ª García Márquez, autor del libro Una razia espantosa: Arahal, 1936, de donde recuperaron la historia de seis arrestados: José M.ª Pedregal, Manuel Alfredo Riviere, Jorge Flórez, Ramón González, Ezequiel Revilla y Antonio Rodríguez Ruiz. Exceptuando los casos en que los detenidos fueron enviados a la prisión provincial, no queda rastro de su paso por el cuartel. Sus historias se conocen principalmente a través de testimonios orales.

La reconstrucción realizada por García Márquez, recogida con esmero en su libro, cuenta cómo el 31 de julio estos seis hombres son arrestados y llevados a la Comisaría de Jáuregui. El único motivo por el que acaban retenidos en el Cuartel del Carmen es porque la comisaría y el cine a su lado, utilizados temporalmente como espacio adicional debido al volumen de detenciones, estaban completamente llenos. Unos días más tarde, liberan a dos de ellos, González y Riviere, que serán los que cuenten a las familias lo ocurrido. El resto son llevados a Riopudio. Suenan 4 disparos acompañados por el discurrir del rio.

“Aquí convocamos con orgullo a cuatro de las víctimas de la represión franquista que respiraron bajo este mismo cielo, sus nombres siempre ocuparán un lugar dentro de la memoria del edificio.”

Los alumnos, partiendo de lo recogido por el historiador, procedieron a realizar su propia investigación. Contactaron con la sobrina de José María Pedregal, Margarita, cuyo testimonio apareció al final de la obra, además de entrevistar a los vecinos del barrio, tratando de encontrar más información acerca del cuartel. Sin embargo, más allá de lo que pudieron explicarles los vecinos y lo que obtuvieron de Una razia espantosa, Arahal: 1936, se toparon con un archivo provincial vacío. “No hay nada oficial que recoja su paso por aquí”, explica Geraldine. A partir de este abismo y desde una perspectiva animista, explica Pérez, desarrollan la obra: Habitando el silencio. Un recorrido por el edificio de la ESAD, no solo a nivel físico sino temporal.

Un profesor con seis represaliados a sus espaldas, sus broncas tornándose cada vez más y más brutales. Las monjas, almas en pena que aún vagan por el edificio, rezando a pie de los titilantes memoriales proyectados de los seis hombres detenidos. Un militar falangista marcando el ritmo de un bailarín frenético, exhausto. Imágenes conectadas por el sepulturero con su pala al arrastre, guiando al público a través de una maraña de hilo rojo que conecta todo el edificio como hebras musculares, como la línea de vida de un buzo. Concluyendo con una venda sobre los ojos ante el corazón palpitante de la ESAD. Suenan cuatro disparos y el velo se levanta. Una pequeña placa con los nombres de los represaliados, colocada sobre un rectángulo de metacrilato en el hueco de una baldosa levantada y rodeada de flores reza “aquí convocamos con orgullo a cuatro de las víctimas de la represión franquista que respiraron bajo este mismo cielo, sus nombres siempre ocuparán un lugar dentro de la memoria del edificio.” Terminada la obra, un papel con un mensaje a boli acaba pegado contra el metacrilato del pequeño altar. Una excusa administrativa para su permanencia: “No tocar, muestra en curso.”

Ahogarse en el olvido

A Carmona y Pérez, alumna y profesor, les faltan las palabras a la hora de describir la importancia de la obra. “Es una cuestión de justicia”, dice Pérez. “Si saber que en tu escuela se ejecutaron a personas inocentes no te afecta… no sabría que decirte”, cuenta Geraldine Carmona. “Ya no es solo la importancia del tema, es que… si eso no provoca una emoción dentro de alguien…”, explica. “En Latinoamérica se han hecho Tribunales de la Verdad. No entiendo como aquí en España eso no se ha llegado a hacer.” Cientos de contrargumentos banales se interponen entre la justicia y miles de muertos sin identificar por todo el país. Desde el clásico “cosas más importantes que esto” pasando por “no causar crispación”, al más reciente pero igual de burdo “necrófilo”. Todos ellos anclas cuya única misión es arrastrar de vuelta al estómago del pez los nombres de aquellos asesinados de forma injusta. La placa, sin embargo, todavía sigue en pie, colocada en medio del patio y rodeada de pequeñas flores del color de los corales. Está a esperas de ser aprobada por el consejo escolar y que su existencia se haga permanente, sin necesidad de excusas.

Ante la placa, rodeado por los muros de lo que fue un corredor de muerte, las emociones fluyen, un proceso similar a ahogarse. Los primeros segundos son amables. Un homenaje. Una pequeña victoria. El minuto arropa. Memoria. No repetición. Una garantía contra la barbarie, como un salvavidas. Tras tres minutos frente a la placa comienzan a aparecer los primeros síntomas. Una quemadura interna que va a más. Los pulmones buscando un oxígeno que, sencillamente, no está ahí. La mente buscando un sentido a la brutalidad, a la inacción. El quinto minuto viene acompañado de silencio, visitando, brevemente, el estómago olvidado donde los asesinados hacen rutina desde hace ya 88 años.

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