Jamás lo habían visto antes. Como arqueólogos, lo suyo eran los restos de tiempos muy lejanos. Desenterrar cuerpos y elementos con pasado y valor histórico pero sin sentimientos ni dolor presente. De la Edad de Bronce, del Neolítico ya sólo se busca ciencia y ansias de saber. Pero aquella primera vez en El Bierzo (León), en 2002, descubrieron que sería distinto, que exhumar restos con tiempo reciente, con memoria rota y con pena latente dolería. “Cuando sacamos los primeros restos recuerdo que nos impactó mucho que junto a nosotros había personas esperando acoger esos restos, familiares que besaban un cráneo, que ponían una flor sobre los restos. Nos impactó mucho”. Desde entonces la secuencia se ha repetido cientos de veces. Casi tantas como cuerpos exhumados a lo largo de todo el país, más de 5.000.

Quien lo recuerda es Juantxo Agirre Mauleón, secretario general de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Hace dos décadas que la actividad de esta asociación que mayor repercusión mediática ha tenido ha sido la referida a la localización y exhumación de fosas con víctimas de la Guerra Civil española que aún no han sido levantadas. La Sociedad Aranzadi está a punto de concluir los trabajos en la que es la mayor fosa común localizada en Europa occidental desde la descubierta en Sbrenica (Bosnia y Herzegovina). Se encontró en Sevilla. La fosa de Pico Reja ha requerido la exhumación de restos de cerca de 8.000 personas, de las que 1.661 eran personas con evidentes signos de haber sido asesinadas durante la contienda civil. En el lugar, Aranzadi trabaja ya en el diseño del que será el mayor osario-homenaje de España.

La entidad, con sede en San Sebastián, cumple ahora 75 años. El grupo de amantes de la naturaleza, de la ciencia, jamás hubiera pensado que la Sociedad científica que constituyeron en 1945 se convertiría en un referente en toda España y menos aún que serían una referencia en la exhumación de restos de la Guerra Civil de 1936. Su verdadera vocación se encaminaba más por el ámbito de la ornitología, la fauna, la antropología, la geología o la botánica.

“Tras el golpe del 36 hubo un gran vacío científico. En España se produjo un gran retraso respeto a la cultura europea y a la que comenzábamos a abrirnos. El ámbito científico fue una de las grandes víctimas de la Guerra Civil, nos convertimos en un desierto científico y se frenaron muchos proyectos”, recuerda Agirre. Dos de los referentes de la antropología y el estudio científico como Telesforo Aranzadi o el padre Barandiaran, reconocido antropólogo y arqueólogo vasco, quedaron relegados. El primero se volcó en el ámbito docente pero fue arrinconado por el régimen hasta su muerte en 1945 y el segundo se exilió hasta 1953.

Aves, energía nuclear y monocultivos

En este páramo para los amantes de las ciencias de la tierra como la geología o la astronomía, de las ciencias humanas como la arqueología, la prehistoria etnográfica o las ciencias de la biodiversidad como la micología o la botánica, la única opción fue organizarse. En 1945 y 1946 un grupo de aficionados dedicó sus veranos en la Sierra de Aralar (Navarra) a poner en práctica sus inquietudes científicas con la investigación sobre dólmenes, la biodiversidad, etc. Un año después optaron por constituirse como sociedad científica bajo el amparo de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, una de las pocas que aún persistía. Acababa de nacer la Sociedad Aranzadi, dedicada al prestigioso antropólogo, zoólogo y botánico de Bergara (Gipuzkoa) fallecido sólo dos años antes.

Entre los logros de la Sociedad Aranzadi, Agirre resalta haber sido la primera “oficina de anillamiento de aves” de España. Las primeras águilas imperiales del Coto de Doñana llevaban sus anillas: “El general Franco era muy aficionado a la caza y estudios como los que hizo Aranzadi fueron determinantes para declarar Doñana Parque Nacional”. También el primer vuelo transoceánico de una garceta entre Europa y América se documentó gracias a una anilla de Aranzadi.

En los años 60, los años de la irrupción de la energía nuclear, el desconocimiento sobre su impacto también implicó a esta sociedad científica que realizó una tarea de divulgación sobre el impacto en el entorno. “Trajimos a expertos de otros lugares. Aquí no había, los paseamos por muchos pueblos donde estaban proyectadas centrales nucleares y muchas de ellas se pararon”.

Con la crisis de los monocultivos una vez más la ciencia y su divulgación permitió concluir que aquel rechazo por el impacto en los entornos no parecía justificado. “En los 70 un estudio permitió concluir que la extensión del pino no era tan negativo para la fauna. Había mucha controversia social y se logró racionalizar aquel conflicto”.

«¿Nos estamos metiendo en política?»

Sin duda uno de los hallazgos de Aranzadi que mayor impacto ha tenido ha sido el descubrimiento reciente de ‘La mano de Irulegi’. La lamina de bronce encontrada en la excavación arqueológica del valle navarro de Aranguren y en el que figura la que ya se considera como primera inscripción en euskera, la palabra ‘Sorioneku’. ‘La mano de Irulegi’ revela que los pobladores de este valle empleaban una lengua y un grafismo propio, adaptado del ibérico. La principal aportación no sólo es su datación, del siglo I a.C, sino que por primera vez se descubre una pieza en la que figuran escritas hasta cuatro líneas que conforman un texto completo y al menos parte de él está en lengua vascónica.

«La reflexión entonces fue, ¿nos estamos metiendo en política? Nosotros sabemos sacar restos de necrópolis, de tumbas megalíticas pero… ¿Nos vamos a meter en esto? Pronto vieron que era un problema de derechos humanos.

Agirre asegura que la ciencia tiene un valor determinante en muchos ámbitos, “porque alumbra la verdad”. Es en el campo de la memoria donde mayor impacto está teniendo en la actualidad. Durante años, la metodología científica para desenterrar restos de otros periodos científicos no había suscitado debate alguno en el seno de la sociedad. Las dudas llegaron cuando por primera vez unos familiares tocaban a su puerta para que les ayudaran a desenterrar los restos de sus seres queridos fusilados durante la Guerra Civil: “La reflexión entonces fue. ¿Nos estamos metiendo en política? Nosotros sabemos sacar restos de necrópolis, de tumbas megalíticas pero… ¿Nos vamos a meter en esto? Quienes tomaron la decisión de dar el paso, de mojarse, vieron que era un problema de derechos humanos en el que la ciencia puede ayudar a saber la verdad”.

La implicación en las labores de recuperación y reparación de la memoria del pasado supuso un cambio de orientación en una parte importante de quienes integran la sociedad. “Nunca nos habían dicho que la arqueología se podría aplicar en contextos funerario tan cercanos, ni nos habíamos planteado sacar aquellos restos. ¿Por qué no dejarlos allí? Cuando te lo preguntas impulsado por esos familiares y su petición de tener a sus seres queridos en sus panteones, darles la despedida que desean, te lleva a pensar que la ciencia puede ser una herramienta fundamental”.