La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) reconstruye en Loja las historias de varios represaliados y fusilados por el franquismo, cuyos recuerdos trataron de ser borrados y que ahora vuelven a la luz con la voluntad de que no se olvide la historia para no volver a repetirla

Esta localidad granadina homenajeará a varios represaliados por el franquismo de cuyo rastro no queda más que su memoria restaurada. En la mayoría de casos, nadie sabe dónde se encuentran sus restos y, en otros, ni siquiera sus familias saben que fueron asesinados. En el listado de relatos, destacan tantos recuerdos descarnados, que incluso sobre alguno de los fusilados sus descendientes creyeron que no habían muerto, sino que se habían ido lejos buscando tabaco. Ahora, el trabajo memorialista de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), liderado por Juan Pérez Unquiles, está dando sentido a cientos de archivos, fotografías, rumores y certezas que permiten trazar las verdaderas historias de quienes fueron perseguidos y borrados por el franquismo.
Celestina Núñez fue detenida en septiembre de 1936 tras un episodio banal: estaba charlando con unas vecinas en la puerta de casa cuando unos hombres preguntaron dónde vivía el cura. Nunca se supo si contestó ella o alguien más, pero lo cierto es que al sacerdote lo asesinaron y a ella la encarcelaron como culpable. Pasó unas tres semanas presa, tiempo suficiente para ser humillada públicamente: la paseaban por las calles, la obligaban a beber aceite de ricino, la exhibían como escarmiento. Una niña de nueve años, su hermana pequeña, llegó a llevarle racimos de uva a la cárcel para aliviarle el encierro.
La mañana en que la ejecutaron, su madre subió como cada día a llevarle el desayuno. La historia familiar quedó marcada para siempre por ese instante. “Mi madre decía: me moriré escuchando los gritos de mi madre subiendo la calle al ver que su hija ya no estaba”, recuerda María Mercedes Cárdenas, sobrina de Celestina, quien conserva todavía la medalla que la joven entregó antes de morir.
Familias marcadas
La represión continuó contra su hermano Antonio Núñez. Reclutado a la fuerza con apenas 17 años, combatió en el bando nacional “llorando porque era un niño”, relata su sobrina. Años más tarde fue detenido acusado de haber comprado una bestia de dudosa procedencia. Sabía que lo matarían. “Le dijeron que saliera corriendo, que se fuera, y él respondió que no corría, porque sabía que lo iban a matar. Y así fue”, explica Mercedes. Su cadáver fue paseado por delante de la casa familiar para que su madre lo viera. La crueldad no conocía límites.
La abuela de Mercedes nunca se repuso. Enferma tras la ejecución de su hija, un médico diagnosticó lo que nadie se atrevía a poner en palabras: se estaba muriendo de pena. Sobrevivió hasta 1975, el mismo año en que murió Franco. Su hija pequeña, que había visto cómo se llevaban a Celestina, guardó toda su vida una trenza de la joven. Cuando murió en 2017, con 91 años, la enterraron con ella.

La historia de los Olid Muro refleja con nitidez la represión contra las familias jornaleras organizadas, que pese a su analfabetismo mostraron siempre un compromiso político ajeno a toda duda. Antonio Olid Muro y tres de sus hijos -Antonio, Julio y Vicente- fueron condenados a muerte en 1937 tras un consejo de guerra sumarísimo. Padre e hijo mayor fueron fusilados en la tapia del cementerio de Granada y los otros dos en Loja meses después. Sólo Rafael, otro de los hermanos, logró salvarse de la ejecución tras conmutarle la pena de muerte por cadena perpetua. Pasó cuatro años en la prisión de El Puerto de Santa María y cuando estuvo en libertad ya apenas pudo acercarse a su familia por la marca que el franquismo había dejado en todos ellos, haciéndoles sentirse señalados.
“Los juicios eran un paripé. Decidían quién vivía y quién moría según su conveniencia”, recuerda Antonio Olid, nieto de Manuel, otro de los hermanos que, aunque no fue fusilado, cargó con la represión y el miedo toda su vida. “Yo recuerdo a mi abuelo como un hombre con un dolor dentro y un sufrimiento que nunca se le quitó.” El propio Manuel fue detenido en varias ocasiones, golpeado y a punto de ser fusilado, aunque lo salvaron “los señoritos” del cortijo en el que trabajaba.
Perseguidos durante años
El exilio tampoco trajo consuelo. Un sobrino de los Olid huyó a Francia tras la derrota republicana, se unió a la resistencia contra los nazis y acabó deportado a Mauthausen. Murió en otro campo de exterminio en Austria. Y el nombre de El Coquino, guerrillero mítico en Loja, completa el mapa del horror: teniente republicano, se echó al monte tras la guerra y fue abatido en 1946 tras volver a ver a su novia. En represalia, la Guardia Civil ejecutó al padre, la madre y la hermana de ella. “El Coquino fue un guerrillero, un mito aquí en Loja. Lo mataron en el 46, pero la familia de su novia pagó antes con la vida”, resume Antonio Olid.
La represión franquista fue especialmente dura con quienes, además de pobres, habían logrado prosperar. “Al que era medio rico y republicano le tenían más inquina que al jornalero”, explica Juan Pérez Unquiles, que lleva meses reconstruyendo historias desde la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). Un industrial viudo con nueve hijos fue fusilado y dejó a toda la familia huérfana. El alcalde republicano Juan Rincón, apodado Juan Bravo, pasó de regentar una yesería a ser comisario político en el ejército republicano y tras la cárcel, murió enfermo en 1951. Su hermano Victoriano, que le había recomendado a Juan que evitase relacionarse políticamente porque tenía familia, fue fusilado al inicio de la guerra.



