Una campaña de financiación colectiva para arreglar el tejado del destacamento penal franquista más visitado de España

Una tormenta derribó a finales de junio parte de la techumbre de los restos del Destacamento penal de Bustarviejo. La asociación que gestiona altruistamente este referente de la memoria histórica y su cultura material lanza un crowdfunding para ayudar al ayuntamiento de la pequeña localidad a repararlo

Parte de la techumbre derrumbada

Luis de la Cruz / Madrid — /

A veces, es necesario apelar a la solidaridad y al trabajo en común hasta para luchar contra los elementos. Esto es lo que han hecho desde la Asociación de Memoria Histórica Los Barracones con su campaña de crowdfunding para volver a la actividad después de que una tormenta destrozara el pasado mes de junio parte de la techumbre del Destacamento penal de Bustarviejo. Se trata del destacamento penal franquista más visitado de España, que se puso en pie para acometer las obras del ferrocarril Madrid-Burgos y estuvo en funcionamiento desde el 9 de noviembre de 1944 hasta 1952.

El destacamento penal de Bustarviejo lleva casi una década siendo referente en la recuperación de la cultura material del franquismo en la Comunidad de Madrid. Antes de 2016, el complejo se encontraba en unas condiciones muy precarias y era utilizado para guardar ganado. Pero un grupo de vecinos de Bustarviejo y apasionados por la memoria histórica pusieron en pie un proyecto bajo el nombre Asociación de Memoria Histórica Los Barracones, que permitió convertirlo en centro de interpretación visitable a través de una subvención y el trabajo voluntario de los asociados. Empezaron entonces a organizar visitas guiadas y otros actos alrededor de la historia del lugar.

“Era muy escéptico sobre que nadie viniese a ver aquello, porque, bueno, está un poco a desmano y es una historia un poco traumática, pero tuvimos la suerte de que cayó en un terreno abonado y empezó a venir gente. Luego ya se complicó con colegios, que venían a verlo en ESO y en Bachillerato. Total, que ya llevamos 10 años trabajando en esto y tenemos un seguimiento que casi nos desborda, porque somos una asociación pequeñita, ¿sabes?”, explica José Carlos, de Los Barracones.

Actualmente la asociación reúne a unas cuarenta o cincuenta personas, encabezadas por la media docena de la junta directiva, que trabajan duro para hacer del emplazamiento situado en la dehesa boyal de Bustarviejo un referente de la memoria histórica. Con frecuencia, organizan actos de carácter científico, a los que invitan a reconocidos especialistas en historia del franquismo y memoria histórica; y otros culturales, como conciertos o un concurso de pintura rápida. Sin embargo, sus posibilidades económicas son limitadas y el derrumbe del precario tejado -heredero de la anterior explotación ganadera- se ha convertido en una barrera insorteable para desarrollar su actividad.

El ayuntamiento, que es el propietario de los edificios, no dispone del poderío presupuestario para acometer la obra entera, de manera que los asociados han decidido poner en marcha el crowdfunding para recaudar parte del dinero necesario, que esperan sea completado por el consistorio. Tienen un primer presupuesto de unos 50.000 euros que incluye la retirada del amianto y la reconstrucción con garantías de los más de 150 metros cuadrados -de un total de 500- que se han caído.

De momento, va sobre ruedas. “Estamos emocionados, va muy bien, el primer día conseguimos 5.000 de los 15.000 euros previstos”, explican desde la asociación. El 30 de agosto, coincidiendo con el final de la campaña, se llevará a cabo un concierto en beneficio de Los Barracones en la estación de ferrocarril.

Los años de guerra dejaron un solar por país y una raquítica capacidad de reconstrucción. Esto llevó al régimen a hibridar castigo y economía en la forma de los llamados destacamentos penales, una forma de trabajo esclavo de la que se beneficiaron el propio Estado y numerosas empresas privadas. Los destacamentos penales comenzaron a funcionar nada más terminar la guerra y su máximo apogeo se vivió a mediados de los años cuarenta, con 121 establecimientos que albergaban una población de unos 16.000 presos en 1944. Después de este momento se incorporaron los presos comunes a los destacamentos, que continuaron existiendo hasta 1970.

Los Barracones es una experiencia pionera en dar a conocer esta realidad y cuidar un patrimonio que, hasta la fecha, no se ha tenido en cuenta en nuestro país. “Se ha tenido siempre una especial atención, si hablamos de la Guerra Civil, en las batallitas, en los frentes, en las trincheras, lo que ha quedado de búnkers, etc. Y ahí se ha quedado la historia como paralizada, ¿no? De todo lo que viene después, que es la posguerra, justo lo que representan estos destacamentos penales, se conoce poco. Se empezó a investigar hace diez o quince años como mucho”, explican.

Los Barracones se han convertido, gracias al boca a boca y el trabajo de los memorialistas, en un lugar central de la recuperación del primer franquismo y su represión. Un resto casi único en el haz de restos desaparecidos por la desmemoria organizada, el proceso de urbanización y la falta de perspectiva patrimonial sobre las construcciones humildes.

José Carlos da cuenta de cómo asalta la sorpresa a los visitantes al conocer la historia de los batallones de trabajo, que se desarrollaban bajo la excusa de la redención de penas por el trabajo (la reducción de las condenas a cambio del trabajo realizado). “Es un poco como un eufemismo para decir: tú, te voy a explotar y de paso ya te quito la tontería y te hago un patriota nacional católico”, cuenta.

Los presos vivían en condiciones de miseria, tal y como explican en las visitas. “Si ves fotografías, te das cuenta de que era un sitio donde estaban hacinados, mal comidos, dormían con un jergón en el suelo (vamos, en una manta), tenían letrinas para 200 personas que serían del tamaño de la cocina de una casa de ahora. Así, durante nueve o diez años que estuvieron allí”.

Destacan la importancia de los poblados chabolistas que se formaban alrededor de los destacamentos penales, a los que se trasladaban las familias de los penados, que dependían de los escuetos sueldos del batallón. “Han venido hijos de los presos a verlo y se han emocionado, nos han agradecido que dignifiquemos la memoria de sus padres”, cuenta José Carlos con evidente orgullo. Algunos de los testimonios familiares pueden encontrarse en el documental Vidas rotas, accesible en la página de la asociación.

Los miembros de la asociación tienen puestas sus esperanzas en la campaña de financiación y la colaboración del Ayuntamiento de Bustarviejo para volver a poner en marcha las visitas a los barracones. Les parece especialmente importante que el aula permanente -con capacidad para 80 personas- se vuelva a llenar de chavales.

“Este año ya habíamos recibido a ocho colegios. Después de ver el destacamento, se sientan allí y les contamos el contexto histórico. Fíjate que son adolescentes, de 14 o 15 años, pues no he visto que saque ninguno un teléfono móvil. Se quedan absortos, porque, claro, están viendo un campo de concentración. En Alemania es obligatorio que todos los estudiantes vayan tres veces a los campos de concentración nazis para que se les quede grabado a fuego”, explica con pasión y apelando a la necesidad de hacer pedagogía con la memoria histórica.

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