Una de las últimas guerrilleras antifranquistas reside en Zaragoza: “Fue una vida complicada, pero no me avergüenzo de nada”
Esperanza Martínez, que vive en la capital aragonesa, recuerda junto a Quico Martínez su etapa de juventud en la que vivió en la clandestinidad y reivindica el papel de quienes, como ellos, lucharon a favor de la libertad
A sus 100 y 98 años, Quico y Esperanza recuerdan perfectamente la etapa de su juventud en la que vivieron en clandestinidad como guerrilleros antifranquistas y reivindican el papel de tantos hombres y mujeres que, como ellos, lucharon a favor de la libertad, con el deseo de que su memoria siga viva.
Quico y Esperanza comparten el mismo apellido (Martínez) y similares vivencias, aunque no se conocieron como maquis, sino años después, trabajando a favor de la memoria en organizaciones como la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE). Pese a su avanzada edad, los dos últimos exguerrilleros antifranquistas vivos mantienen la mente lúcida y gozan de buen aspecto físico, pero no salen de casa porque apenas pueden caminar.
Todo ello poco después de que ERC haya registrado una proposición no de ley en el Congreso en la que pide al Gobierno que reconozca oficialmente la lucha de ambos contra el franquismo y les conceda la máxima distinción civil. «No éramos bandoleros, como decían, éramos luchadores por la libertad», asegura Quico, que rechaza el término maquis, porque cree que «no explica en condiciones» la labor que hacían.
Nacido en el pueblo de Cabañas Raras, en la zona de El Bierzo (León), en una familia muy humilde de padres republicanos, Quico era el mayor de cinco hermanos y cuenta que se convirtió en guerrillero en 1947, con poco más de 20 años, pero no voluntariamente, sino como una forma de huir de la «represión» del franquismo.
Aunque reconoce que hubo momentos duros, recuerda sus cuatro años de clandestinidad por Asturias, Orense, Lugo, León y Portugal con mucho cariño por el ambiente de solidaridad, fraternidad e igualdad entre hombres y mujeres que asegura que había en las guerrillas.
En su caso era la mediana de un total de cinco hermanas, y tanto su madre, que murió muy joven tras un parto, como su padre eran campesinos republicanos.
En sus dos años de guerrillera por la zona de Cuenca, Levante y Aragón, Esperanza solo coincidió con otra mujer, Reme, además de una de sus hermanas, pero destaca el respeto y la amabilidad con la que le trataron los compañeros.
Vida en Francia
Tras su paso por la guerrilla, tanto Quico como Esperanza siguieron vidas paralelas y se trasladaron a Francia, donde continuaron apoyando la lucha desde el exilio y se hicieron comunistas, una ideología que han mantenido hasta la actualidad, al igual que su defensa de la República.
Quico permaneció en el país vecino desde 1951 hasta 1992, trabajando y ejerciendo como activista junto a otros exiliados españoles. Esperanza, por su parte, recuerda que llegó a hablar con Santiago Carrillo en Francia e hizo varias incursiones a España para captar a nuevos guerrilleros antifranquistas. En una de esas incursiones fue detenida por el chivatazo de un «traidor» y acabó en la Dirección General de Seguridad de Madrid, donde denuncia que fue «apaleada».
A continuación fue juzgada y condenada por dos consejos de guerra y pasó en total quince años en distintas cárceles de España, de 1952 a 1967, pero insiste en que volvería a actuar de la misma manera. «Me siento feliz, me siento contenta», afirma.
Quico, divorciado y con dos hijas que viven en Francia, se instaló en El Campello al regresar a España, mientras que Esperanza, viuda y con un hijo, se fue a vivir con una de sus hermanas a Manresa (Barcelona) tras obtener la libertad condicional y se casó con un hombre de Zaragoza, donde acabó viviendo.
Los dos han escrito libros sobre su pasado como guerrilleros antifranquistas y nunca han dejado de lado su compromiso por la memoria para que los ciudadanos, principalmente los más jóvenes, sepan qué ocurrió durante el franquismo y eviten caer en el mismo «precipicio», según Quico. «Un pueblo sin memoria no va a ninguna parte», dice el anciano, al que le gusta autodenominarse como «activista de la memoria». Tanto Quico como Esperanza, que se vieron en persona por última vez hace dos años en Zaragoza, confían en que la iniciativa de ERC salga adelante en el Congreso y en que el Estado haga por fin un reconocimiento oficial a todos los guerrilleros antifranquistas.