Asturias. Ochenta años en una cuneta – Francisco Beceña González

Ochenta años en una cuneta – Francisco Beceña González

Publicado el martes, 23 junio 2020 / José Manuel Pradas – La huella de la toga.

No es la primera vez que sucede que al escribir sobre alguno de nuestros más o menos ilustres protagonistas; su semblanza me lleva a la siguiente como si estuviésemos en una especie de juego de la oca. En ocasiones es algún detalle aparentemente insignificante o un dato que se aparece revelador al recopilar la información y que conduce a otro personaje del que es muy posible que ni siquiera haya tenido conocimiento previo de su existencia.

Habiendo escrito sobre el hijo de Clarín, asturiano, catedrático, vinculado a otro ovetense ilustre como era Melquiades Álvarez y fallecido en trágicas circunstancias, me encuentro, casi sin pretenderlo, con otro jurista con unas circunstancias sorprendentemente idénticas que llegan a coincidir hasta en su desgraciado final, pero de eso ya tocará hablar más adelante. Me refiero a don Francisco Beceña González.

Nació en Cangas de Onís en 1889, hijo de uno de esos asturianos que hizo las américas, concretamente en Valparaíso, de donde retornó rico para casarse, formar una familia y plantar una araucaria en el jardín del caserón que mandó construir. Cursó los estudios de Derecho en Deusto, los amplió en la universidad de Berna y se doctoró en la Central con la tesis “El interés del capital y la Ley Azcárate contra la usura”, obra publicada en su momento y que tuvo una importante trascendencia científica.

Habiendo perfilado su futuro hacia la docencia, obtiene la cátedra de Procedimientos Judiciales y Práctica Forense en La Laguna, un año después se traslada a Valencia, luego a Oviedo durante cinco años y finalmente en 1930 a la Universidad Central en Madrid. Según dicen los que de esto saben, Beceña es considerado el primer procesalista científico y el que inició el paso al Derecho Procesal, desanclando la asignatura del viejo procedimentalismo para aplicar el método norteamericano del “case system” y así llevar el estudio y la enseñanza del Derecho Procesal a la posición que él entendía era merecedora, es decir, de plena autonomía e idéntico valor que otras ramas de la ciencia jurídica. Catedráticos posteriores como Gómez Orbaneja, Prieto-Castro o Guasp son, de alguna manera, sus continuadores.

Y en esto que llegamos al 14 de abril de 1931. Convocadas las elecciones para las Cortes Constituyentes, se presenta candidato por Asturias en la lista del Partido Liberal Demócrata de su amigo Melquiades Álvarez. Un mitin político el 19 de junio en el célebre Teatro Campoamor marcó desgraciadamente su destino a cinco años vista. Igual que había hecho Leopoldo Alas Argüelles -otro paralelismo más- no se le ocurrió otra cosa que censurar la colaboración del PSOE con la Dictadura de Primo de Rivera. Conclusión, se organizó un tumulto de tal calibre, que llegaron a ser derribadas las puertas del teatro, el acto suspendido y la candidatura retirada. Como dice el Eclesiastés “no hay nada nuevo bajo el sol”, a Beceña le hicieron lo que hoy se llama “escrache” o algo similar y tiró la toalla, terminando ahí su carrera política.

Siendo como era un hombre de centro, incluso de centro izquierda, fue curiosamente elegido en representación de las izquierdas por las facultades de Derecho como magistrado del Tribunal de Garantías Constitucionales y Presidente del Tribunal de Cuentas. Allí le tocó lidiar con alguno de los morlacos más difíciles de torear en aquellos años y que, curiosamente, también tienen su dosis de paralelismo con lo que está sucediendo en los últimos tiempos: la cuestión de competencia respecto a la ley de contratos de cultivo de la Generalitat de Cataluña, la famosa “rabassa morta” y las cuestiones de inconstitucionalidad de la ley de Reforma Agraria y la inconstitucionalidad de ciertos artículos del Estatuto de Cataluña.

Y en esto que terminan las clases en 1936 y don Francisco Beceña se marcha de vacaciones a su pueblo. El 18 de julio sale de su casa, según unos de caza, según otros con la idea de cruzar las montañas para llegar a León, que formaba parte de la zona sublevada. Es detenido y también circulan dos versiones En la primera unos mineros lo asesinan de inmediato al ser reconocido, recordando aquel mitin del Teatro Campoamor. En la otra versión es llevado a la cárcel municipal de Cangas de Onís, aunque el resultado final será el mismo. Unos días después es “sacado” de la prisión para ser trasladado a Sama de Langreo. Jamás llegó allí. Tuvo el mismo desenlace que su amigo Melquiades Álvarez. Desapareció junto con otros y sus restos nunca fueron hallados. Poco después, su casa en Madrid, en la calle Diego de León fue asaltada y su biblioteca saqueada.

En Oviedo una calle, con el nombre de Catedrático Francisco Beceña está dedicada a su recuerdo. Su única hermana Camila creó la Residencia Hogar Beceña González en Cangas de Onís para enfermos y asistidos de las familias necesitadas de la zona que hoy día sigue existiendo. El Seminario de Derecho Procesal de la facultad de Oviedo lleva también su nombre.

Y poco más hay que decir. Me doy cuenta que estos meses difíciles que vivimos no son los más idóneos para contar historias alegres de la toga. Me cuesta tremendamente escribir, no digo ya con humor, sino con un mínimo de alegría. Algunas “huellas de la toga” van adquiriendo un cierto carácter trágico por lo que les sucedió a sus protagonistas, del que en el fondo no quiero sustraerme. Procuro siempre ser justo y equilibrado en mis juicios, no ser radical en los comentarios, no herir la sensibilidad o la ideología de nadie, pero eso no implica la obligación de ser equidistante, al contrario, si hay algo que creo injusto estoy en el derecho y también en el deber de denunciarlo.

Y me parece tremendamente injusto que un personaje como Francisco Beceña, ochenta años después, tenga sus huesos en cualquier prado o cuneta entre Cangas y Sama y no se molesten en buscarlos, únicamente porque no conviene que aparezcan sus restos a aquellos que tienen una visión hoy desgraciadamente triunfante de una memoria histórica parcial y sesgada, de lo que fueron aquellos años de la historia de España. Creo que las cosas se debían haber hecho mucho mejor y terminar de una vez, pasadas ocho décadas, con estas historias de presuntos buenos y presuntos malos. Me da coraje por no decir otra cosa. ¡Ya está bien! pero, una vez que he soltado todo esto, por lo menos me he despachado, he quedado a gusto. Muchas gracias lector por aguantarme.

Ochenta años en una cuneta – Francisco Beceña González