Antonio España López

Puente Genil
Córdoba

Antonio España López nació en Benamocarra, un pueblo de la provincia de Málaga, el 17 de diciembre de 1891. Fue el tercero de los ocho hijos de Manuel España García y Victoria López Zamora, ambos originarios también de Benamocarra. Su padre trabajó para la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, posiblemente instalando las vías por las que pasarían los trenes, con lo que inauguró el distintivo familiar de trabajar dentro del gremio ferroviario. Y se puede asegurar que esa profesión marcó los acontecimientos más importantes de la vida de Antonio.

En el primer lustro del siglo pasado Antonio llegó a Puente Genil, provincia de Córdoba, como producto de su incorporación a la empresa de Ferrocarriles Andaluces, pues la estación de ferrocarril de Puente Genil era muy importante en esos tiempos. Allí conoció a María Zorrilla Martín, quien había llegado desde Martos (Jaén) con su familia movilizada por el trabajo de ferroviario que desempeñaba su padre. Antonio y María contrajeron matrimonio en 1919.

A lo largo de su carrera ferroviaria, Antonio fue trasladado a diversos destinos de la geografía andaluza, por lo que sus hijos fueron naciendo en distintas localidades. Por el año 1927 la familia se mudó a vivir a Loja, provincia de Granada, cuando Antonio fue ascendido a jefe de tren. Pero en 1932 regresaron a Puente Genil, pues María prefería vivir en el pueblo donde había pasado toda su juventud y estar cerca de su hermana Teresa, quien vivía allí.

En el año 1935, después de perder algunos de sus hijos por diferentes enfermedades, nació Paco, y la familia quedó finalmente conformada por ocho hijos, que por orden de edad eran: Victoria, Brígida, Manuel, Antonio, María, Pepe, Lola y Paco.

Antonio era un hombre serio y poco efusivo con sus hijos. Sin embargo, era generoso, bondadoso, y no escatimaba sacrificios para proveerles de todo lo que necesitasen. Se preocupaba por que sus hijos recibieran buena educación; es por esto que Victoria y Brígida, las hijas mayores, estudiaban en colegios religiosos.

Por afición y para proveer a su familia, Antonio se dedicaba también a la caza y, según los que lo conocieron, se le daba muy bien. Tenía muy buena puntería y poseía la mejor escopeta del círculo de aficionados, una prodigiosa arma que había ganado a base de comisiones recibidas como representante de la fábrica de armas vasca Star-Eibar.

En el año 1931, cuando se proclamó la II República, la familia vivía en Loja. Antonio, aunque tenía simpatía por las ideas republicanas, no se metía en política, pues estaba muy ocupado en sacar adelante a su numerosa familia. Sin embargo, no pudo mantener mucho tiempo su indiferencia política, pues corrían tiempos de grandes luchas de los trabajadores y él, como trabajador, no podía eludirlas. Cuando se trasladaron a Puente Genil, le fue imposible rehuir la situación, pues éste era un pueblo vanguardia en las organizaciones sindicales y políticas, especialmente el sector ferroviario.

Todos los que han escrito sobre el golpe militar en Puente Genil coinciden en señalar que fue uno de los más violentos de la provincia de Córdoba. El pueblo era el bastión del Partido Socialista en la provincia, pero también alojaba a una burguesía agraria e industrial muy poderosa que desde un primer momento se unió a los golpistas. Con estos antecedentes, al comenzar la sublevación el pueblo quedó dividido en dos: la parte de abajo donde vivía la burguesía a favor de los sublevados, y la parte de arriba hasta la estación del ferrocarril a favor de la República.

¡Cómo escapar a los acontecimientos!

Al atardecer del 18 de julio se empezaron a escuchar disparos en el pueblo. Los compañeros ferroviarios de Antonio llegaron a su casa para que se uniera a la lucha en defensa de la República, legítimamente constituida, pero él no quiso participar por miedo a dejar desamparada a su familia. Al amanecer del día siguiente, toda la familia junto con otros familiares salió en caravana huyendo del pueblo. Tras caminar muchos kilómetros campo a través llegaron a un cortijo más allá de Campo Real, donde se encontraron con familias completas que al igual que ellos huían de la guerra.

En ese lugar pasaron varios días durante los cuales llegaban noticias contradictorias sobre quién había conseguido el mando del pueblo. En realidad desde el principio el pueblo fue tomado por los golpistas, hasta que el 21 de julio llegó un tren de Málaga con los primeros auxilios republicanos que ayudaron a que Puente Genil quedara en manos del Gobierno legítimo.

La familia continuaba en el campo aunque la milicia organizada por la resistencia ya había enviado emisarios para que Antonio se sumara a la lucha. Llegado el momento, no tuvo más remedio que ponerse al servicio de la causa. A él lo solicitaban por su fama de cazador, para que repeliera los ataques de las avionetas, procedentes del aeródromo de Sevilla, que llegaban todos los días a bombardear la zona de la estación de Puente Genil. Estas fueron las circunstancias que lo llevaron a una situación sin retorno.

En esos días fue derribada una avioneta cuando bombardeaba Puente Genil. La documentación de la época explica que los dos ocupantes fueron capturados vivos y fusilados por las fuerzas republicanas. Según el B.O.E. emitido en Burgos por los sublevados (octubre 1936): «Méritos contraídos por el piloto aviador Teniente de Infantería Jacinto Bada Vasallo a quien se concede la medalla militar […] cuando el día 21 de julio ametrallaba las concentraciones enemigas en Puente Genil, fue derribado el aparato que tripulaba en unión del Teniente Medina Lafuente, en donde murió heroicamente». También el periódico ABC de Sevilla (1966) atestigua que: «el 23 de julio de 1936 cayeron con su Breguet-19 cerca de Puente Genil los tenientes Curro Medina Lafuente y Jacinto Bada Vasallo, primeras bajas de la base, siendo fusilados por paisanos enemigos». Hay que destacar que las fechas de estas dos fuentes no coinciden.

El 1 de agosto al mediodía entraron en el pueblo las tropas fascistas del comandante Castejón al mando del coronel Yagüe. Llegaron por la llamada Cuesta de Málaga y rodearon el pueblo por todas partes realizando innumerables matanzas. Un traje de obrero o unas manos encallecidas era una identificación para el sacrificio, sin preguntar siquiera por la creencia política. A ellos se les unieron los guardias civiles huidos del pueblo, los falangistas y los señoritos, todos ellos con una gran sed de venganza.

Antonio consiguió huir hacia Antequera y, después de varios días de incertidumbre de su familia, apareció de madrugada en su casa para rescatarla. La familia abandonó el pueblo esa madrugada, nuevamente caminando campo a través, llevando tan solo lo puesto, pues no había tiempo de preparar nada. Después de dos días caminando y descansando solo lo justo para reponer fuerzas, llegaron al pueblo de Alameda (Málaga), que estaba en manos de la República. Allí les facilitaron el traslado en vehículo hasta Antequera para después proseguir viaje en tren hasta Málaga.

En Málaga, el Comité de Alojamiento de Refugiados de Guerra les proporcionó un piso en la calle Ancha del Carmen, donde estuvieron hasta el mes de noviembre. Sin embargo, Antonio se sentía incómodo y disgustado, deseando que se acabara toda esa situación de pesadilla, pues como era un hombre de su familia, estaba como pez fuera del agua.

Además, Málaga sufría de constantes bombardeos de la Legión Cóndor, aviación nazi, y en ese mes se sufrió uno de los peores ataques en donde murió la familia de la hermana de su mujer, Teresa, al derrumbarse el edificio donde vivían y quedarse todos los vecinos y refugiados enterrados en los sótanos que servían de refugio. Ese hecho tan doloroso les hizo tomar la decisión de huir de Málaga y refugiarse en Campanillas, a 25 kilómetros de allí, donde el cuñado de Antonio era jefe de estación.

El 3 de febrero de 1937 empezaron a oírse a lo lejos las explosiones, cañonazos y agitación de la guerra. Se trataba del ejército de Franco, compuesto por italianos, marroquíes y algunos regulares que habían roto el frente de guerra y estaban comenzando a entrar en Málaga.

Ante estos acontecimientos, Antonio decidió huir solo con la idea de cruzar al bando republicano pues se sentía acorralado con la cercanía de las tropas «nacionales» y temía por su vida. Su hijo, Manuel España Zorrilla, lo relata de esta forma:

Tres días estuvo mi padre perdido, otra vez la angustia. ¿Habría traspasado las líneas enemigas o habría sido muerto o capturado? Pero apareció a los varios días que daba pena el verlo, derrotado, maltrecho. Lo habían tiroteado al querer traspasar el frente de guerra de Motril. Nuevamente estaba con nosotros, hecho un mar de confusiones sin saber la suerte de su futuro tan próximo. (1994)

En uno de los primeros trenes provenientes de la Málaga franquista llegó el hermano menor de Antonio, Pepe, vestido de falangista. Él le aconsejó que no se hiciera muy visible mientras le buscaba documentación para intentar camuflarlo entre sus colegas fascistas de la fábrica de cemento de Morón donde él trabajaba.

Aquellos días de espera en Campanilla fueron interminables pues su cuñado Pepe Zorrilla, que se había pasado al bando fascista, les presionaba cada vez más para que se fueran y les aseguraba que si regresaban a Puente Genil no les iba a pasar nada. Manuel explica que:

Con aquel amasijo de contradicciones en la cabeza de mi padre, con aquel no saber qué hacer, con aquel no poder aguantar más a su cuñado ni esperar más a su hermano, una dichosa madrugada subimos todos a un tren de refugiados… Mis hermanas tiritaban de frío, de miedo de incertidumbre, como ciertos animales cuando los llevan a sacrificar al matadero. Aquel tren como muchos otros devolvía a miles de refugiados, que un día huyeron del terror y que el terror los ha rescatado. De nada había servido nuestra escapada a la libertad… En Bobadilla transbordamos al furgón de un tren de mercancía que llegaría a Puente Genil sobre las doce del mediodía. Al llegar hacía un bonito día soleado del mes de febrero, que no consigo borrar de mi mente. Mi padre tal vez por cansancio había quedado embelesado con mi hermano Paco entre sus piernas. Mi hermano Paco, su esperanza, su ojo derecho, el más pequeño con apenas dos añitos. Al parar aquel tren hubo que despertarlo. ¡Hemos llegado, papá!

Lo primero que en su despertar vieron sus ojos fue a sus verdugos, porque allí lo estaban esperando, al habérselo avisado desde Bobadilla. ¡Ahí llevan a España, que es un hombre moreno, de mediana edad, no mal parecido, acompañado de una prole de ocho hijos y esposa, algunos bultos de guiñapos y miseria!… Varios falangistas y guardias civiles subieron al furgón y en nuestra presencia ataron sus manos con alambre, a falta de esposas, lo sacaron fuera de la estación y lo montaron en una camioneta para que no lo viéramos nunca más. (1994)

Antonio ingresó en una prisión provisional que habían instalado en Puente Genil al final de La Plaza. Allí estuvo dos días, donde un testigo presencial dijo que fue sometido a fuertes torturas; al parecer lo acusaban verbalmente de haber derribado aquella avioneta que llegó a bombardear el pueblo desde Sevilla.

Mientras tanto, la situación de su familia se hacía doblemente insoportable, como explica Manuel:

Nuestra casa había sido abierta y saqueada… No solo nos habían quitado a nuestro padre, nos habían saqueado nuestra casa, no teníamos ropas ni alimentos, y ni los vecinos más allegados nos podían ayudar sin exponerse, porque aquello era considerado en aquel régimen de terror impuesto, como delito de auxilio a los rojos, lo tenían que hacer a escondidas. Habíamos pasado a ser de la noche a la mañana, un montón de miseria y de ruina. Por si era poco, el escaso dinero que traíamos de Málaga no nos servía porque el gobierno de Franco de Burgos, por una disposición, había dejado sin valor… Y no teníamos ni un céntimo para empezar a vivir, o comer. (1994)

Al segundo día de estar preso, su hijo Manuel fue a la cárcel a llevarle la comida, pero un falangista le apartó la cesta y le dijo que se fuera porque su padre ya estaba muerto. Después alguien le comentó que se habían llevado a Antonio en un camión a Córdoba y que antes de llegar, en la cuesta El Espino, lo habían bajado para fusilarlo.

Los años posteriores fueron de mucha miseria y calamidades para la familia. En la epidemia de tuberculosis murieron los hijos Antonio y Lola, y Paco, el más pequeño, también se contagió, aunque consiguió vencer la enfermedad.

Quien escribe este relato es una hija de Manuel España Zorrilla, el último en morir de los ocho hijos de Antonio. En enero del 2010 a la edad de 87 años, Manuel murió recordando el episodio de los últimos días de su padre porque nunca pudo saber dónde habían quedado sus restos y jamás superó los acontecimientos que marcaron tanto su vida.

Sin embargo, gracias al esfuerzo de los historiadores que con su dedicación han ido descifrando lo que ocurrió en esos días en nuestra maltrecha España, hemos podido reconstruir recientemente los últimos momentos de Antonio España, cuando lo sacaron de la cárcel improvisada de Puente Genil.

El 19 de febrero de 1937 se lo llevaron a la prisión provincial de Córdoba, donde ingresó por orden de la Guardia Civil «en las primeras horas» junto a otras 23 personas, todas de Puente Genil. Así consta en el registro de ingreso a prisión, al igual que sus datos personales que él proporcionó y sus huellas dactilares. En ese momento él tenía 45 años.

El 20 de julio, probablemente durante la noche, lo sacaron para fusilarlo frente a las tapias del cementerio de San Rafael de Córdoba, donde lo enterraron en una fosa común junto con otras 18 personas.

El suyo es uno de los tantos nombres de asesinados que están inscritos en los muros de la memoria del Cementerio de San Rafael de Córdoba.

Fuentes

  • Manuel España Zorrilla. Memorias. Inédito, 1994.
  • Boletín Oficial del Estado. Burgos, nº 6, 20 de octubre de 1936.
  • ABC, Sevilla, 28 de julio de 1966, página 5
  • Archivo Histórico Provincial de Córdoba. Expediente Procesal de Antonio España López.
  • Registro Civil de Benamocarra, Málaga. Acta de Nacimiento de Antonio España López.
  • Francisco Moreno Gómez: 1936: El Genocidio Franquista en Córdoba. Madrid, Crítica, 2008.
  • Patricio Hidalgo Luque: www.laguerracivilencordoba.es.
  • Especial agradecimiento al historiador Patricio Hidalgo Luque, por su excelente trabajo investigativo, sin el cual nunca hubiéramos descubierto la verdad.

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