José Rodríguez González

Nerva
Huelva
Espinosa Maestre, Francisco

Último Alcalde Republicano de Nerva

Fue a fines de 1987, encontrándome recogiendo testimonios orales para la historia de La guerra civil en Huelva, cuando una cita concertada en Madrid, en la sede del PCE en Santísima Trinidad, con el nervense Francisco Romero Marín, me puso sobre la pista de José Rodríguez González, el alcalde de Nerva en julio del 36, una persona de la que hasta ese momento ignoraba todo. Fue así como el día 13 de febrero de 1988 me desplacé a la Ciudad Aljarafe, de Sevilla, y pude charlar con él durante largo rato. Desgraciadamente, el esfuerzo visible y el desasosiego que aquel encuentro supusieron para él, además del ya debilitado estado en que se encontraba a sus casi 90 años, me llevaron, quizás erróneamente, a no repetir la experiencia. Casi diez años después, cuando con motivo de la publicación de mi libro quise contactar con él, ya no fue posible. No obstante, estas páginas que siguen, surgidas a partir de notas que guardaba con la idea de que alguna vez servirían para algo, son el resultado de lo que él me contó aquella tarde.

Los primeros pasos políticos de José Rodríguez tuvieron lugar en Mesa de los Pinos allá por 1916, cuando tras repartir panfletos izquierdistas con otros amigos de las Juventudes Socialistas sufrió su primera detención. Pese a su juventud –había nacido en 1898- fue condenado a pagar una multa de 50 pesetas, una fortuna para la época. Esto ocurría, según sus recuerdos, entre dos momentos históricos de gran importancia en las luchas sociales: la crisis de 1913 y la huelga general de 1917. Por aquel entonces, de las zonas no campesinas de Andalucía occidental, sólo Riotinto y Nerva contaban con secciones de las Juventudes Socialistas. Poco después pasó a Sevilla, donde viviría la escisión que en 1920 conduciría al nacimiento del Partido Comunista. Precisamente fue la delegación de Riotinto (Julián Carrasco y Francisco Naranjo entre otros) la que defendió con mayor firmeza el ingreso de las Juventudes en la Internacional Comunista. Como otros muchos militantes, José Rodríguez, pasaría en esos años, concretamente a fines de 1922, en pleno servicio militar, del entorno de la poderosa e influyente CNT sevillana a la recién creada Juventud Comunista de Sevilla, constituida por unos treinta jóvenes, todos ellos soldados, y dirigida por los cordobeses Miguel Caballero y Pedro Torralbo.

Durante los años siguientes la lucha sindical lo llevaría no sólo a presidir la poderosa Asociación de Dependientes de Comercio, con sede en la calle Sierpes, sino a formar parte en varias ocasiones a lo largo de esos años del Comité Regional Andaluz, en situación de permanente ilegalidad. Como consecuencia de la represión desencadenada por la Dictadura primorriverista contra los comunistas ingresaría varias veces en prisión, donde en 1926, por ejemplo, conocería a futuros líderes obreros como los entonces cenetistas José Díaz, José Delicado, Saturnino Barneto, Manuel Núñez, Manuel Roldán, etc. De ahí la constante mezcla y el posterior trasvase de la CNT al PCE que tendría lugar en 1927. Por otra parte, su formación autodidacta y su apego a los libros le llevarían a encargarse en distintos momentos de las bibliotecas de los Centros Obreros. Entre los libros principales que puso al alcance de los obreros en aquellos años, además de las traducciones de clásicos del marxismo, José recordaba los del maestro anarquista José Sánchez Rosa, autor de una serie de libros de consulta fundamentales, como “El abogado del obrero”, que vivía en la calle Enladrillada, cerca de donde tenía su consultorio otro personaje eminente al que igualmente conoció nuestro protagonista, el médico anarquista Pedro Vallina.

Aunque su vida se desarrollaba en Sevilla, José Rodríguez mantenía contactos con Nerva, su pueblo natal, donde Ezequiel Marín dirigía el Partido Comunista, un grupo de amigos si lo comparamos con el PSOE o con los poderosos sindicatos UGT y CNT. José Rodríguez era consciente de que el PCE fue siempre un partido minoritario en Huelva, provincia cuya incorporación a la historia sindical se efectuó fundamentalmente a través de la UGT y en torno al mundo ferroviario, con personajes como Vicente Barrios, Ramón Cordoncillo, Agustín Marcos, Bascuñana o el asturiano Eladio Fernández Egocheaga, secretario general del Sindicato Minero. Rodríguez González también reconocía la evidente influencia que la CNT tenía en la cuenca y especialmente en Calañas, Aznalcóllar, Salvochea y Nerva, donde vivía el influyente cenetista Antonio Molina Vázquez, al que conocía, o Rodríguez Mira, propulsor de la apertura de la CNT a todos los sindicalistas. En su ingreso en el PCE influyó sin duda, como ya se ha indicado, el conocimiento y amistad que trabó durante el servicio militar con Miguel Caballero Vaca, el gran dirigente comunista cordobés. Tras la detención de 1926, según parece, las dificultades en que se movían los comunistas en ese tiempo, le llevaron en algún momento a reingresar en el PSOE. En definitiva, fueron su trayectoria y su talante de hombre moderado y firme partidario de la unión de la izquierda –era de UGT y al mismo tiempo tenía el carnet de la CNT- los que años después, en el crítico momento de las elecciones de febrero de 1936, le llevarían a ocupar la alcaldía de Nerva, donde en medio de la mayoría socialista pudo contar con cuatro concejales comunistas. Su preocupación principal en esos meses del Frente Popular sería la cuestión social: el paro obrero y las siempre delicadas relaciones con la omnipotente Compañía Minera de Riotinto.

Y fue precisamente en el momento en que la República parecía decidida a acometer las reformas aplazadas cuando la derecha española, al abrigo del fascismo europeo, decidió poner fin a la experiencia democrática republicana. El 18 de julio, parte de las guarniciones militares, entre ellas la de Sevilla, se sublevaron, lanzando de inmediato pequeñas columnas en todas direcciones para asegurarse el dominio del territorio. De allí, de la cuenca minera onubense, saldría justamente la más firme respuesta al golpe de Queipo en toda la II División: la misma tarde del sábado 18 de julio se constituyó entre Riotinto, Nerva y Huelva una columna mixta de mineros, guardias civiles y fuerzas de Asalto que llegará a Sevilla en la mañana del día siguiente, donde será destrozada por la traición del comandante Haro Lumbreras y por la abrumadora superioridad de los golpistas.

A partir de entonces, Nerva, como los demás pueblos de la cuenca y como en general todo el territorio del suroeste, en medio del desamparo más absoluto, vivirá la tensa espera de la llegada de las columnas fascistas, que ya antes de final de julio engullen la capital onubense y todo el sur de la provincia, llegando hasta Valverde del Camino, la puerta de la cuenca minera. Cerca de allí, en El Empalme, tendrá lugar en los primeros días de agosto un nuevo intento de los mineros por frenar el avance golpista, intento que una vez más acabará en el fracaso más absoluto. Todas las energías del alcalde José Rodríguez González se dirigirán en esos días terribles a solucionar los grandes problemas sobrevenidos con la afluencia de cientos de personas procedentes del sur de la provincia y de los cercanos pueblos sevillanos. Había que alojarlos y alimentarlos. El éxodo comenzaría poco después de mediados de agosto, cuando Queipo envió a algunas de sus fuerzas contra los pueblos de la sierra, dentro de una operación más amplia que concluiría a fines de ese mes con la concentración en torno a Nerva y los pueblos mineros de nada menos que tres potentes columnas. La acción a seguir por parte de los izquierdistas produjo gran discusión e incluso escisiones, de forma que a partir del desastre de El Empalme los izquierdistas onubenses inician un camino lleno de peligros, como la encerrona habida cerca de Llerena a mediados de septiembre del 36, que los llevará primero a la Extremadura republicana y finalmente a Madrid, donde se integrarán en las brigadas mixtas.

La otra gran preocupación de José Rodríguez en esos cuarenta días rojos fueron los presos de derechas. Evitar que ocurriera lo que en La Palma o en Salvochea (El Campillo), donde la violencia terminal previa a la entrada de los fascistas conduce a matanzas incontroladas. En Nerva, gracias a José Rodríguez y a sus compañeros, a pesar del bombardeo efectuado el 20 de agosto por un avión de Tablada, que produjo doce víctimas entre el vecindario, se logró evitar el asesinato de los presos de derechas y entregar de manera controlada el poder a los sublevados por medio de un Comité formado por Antonio Fernández Ortiz, Presidente de la Cruz Roja; Cristóbal Roncero, director del Hospital municipal, y Francisco Macarro, Presidente de Comité de Abastos. Es necesario recordar la carta que el Alcalde de Nerva entregó a estos hombres antes de partir:

La presencia de las fuerzas del General Queipo de Llano, en pueblos inmediatos y la seguridad de que pronto han de ser atacadas las viviendas de nuestra Villa, en evitación de más sangre de la generosa sangre de nuestros vecinos, me ha hecho pensar detenidamente en rendirnos. Para ello y para que mañana aparezca la bandera blanca en nuestro pueblo entrego a Udes. para que lo hagan a las referidas fuerzas el Ayuntamiento y con él a veintisiete detenidos por cuyas vidas les ruego que miren defendiéndolas, como yo lo he hecho, de todo peligro.

Nerva 26 de agosto (a las 2 de la mañana) de 1936.-
El Alcalde.- J. Rodríguez – Rubricado.-

El oficio, según el propio Alcalde, sería entregado por Cristóbal Roncero Piñero, Manuel Morales Lancha y Antonio Pérez Quinta, asesinados de manera ignominiosa un año después en la cartera de Valverde, al militar golpista Antonio Álvarez Rementería, jefe de la columna que entró en Nerva. Frente al panorama dantesco que la prensa favorable a la sublevación había anticipado, las fuerzas de Queipo se encontraron con que en los ocho núcleos de población de la cuenca, con una población cercana a los 40.000 habitantes, sólo podían contar las once víctimas de Salvochea (El Campillo). Todo esto -y por supuesto el oficio del Alcalde- se silenció, magnificándose al mismo tiempo el caso de Salvochea. Ese oficio pues fue su último acto como alcalde antes de partir con un grupo de vecinos en dirección a la Sierra del Padre Caro, donde pasaría los últimos días de agosto y los primeros de septiembre escuchando las descargas de las matanzas iniciales hasta que decidió desplazarse con unas setenta personas primero hacia Sevilla y luego hacia Extremadura. Desde allí, finalmente y tras problemas de todo tipo, en vez de seguir hacia Madrid pasarían a Córdoba y a Jaén. Lo cierto es que cuando llegaron a Villanueva del Duque (Córdoba) era el día 17 de octubre, precisamente el día que cumplía 38 años.

La mayoría de la guerra la pasaría en Jaén, formando parte del Batallón 37, en el que alcanzó el grado de alférez. Sin embargo, su fuerte personalidad y preparación lo llevaron muy pronto a trabajar como organizador del Partido Comunista en los frentes de Andalucía y a que en algún momento dirigiese la casa del Partido de Jaén y la dirección provincial. En otras ocasiones, como miembro del Comité, actuó de enlace con las Brigadas Internacionales. Finalmente, los avatares bélicos lo conducirían a Baza y Guadix, y, ya al final de la guerra, como a tantos otros españoles, a Alicante, desde donde sería enviado en poco tiempo de vuelta a Sevilla. Pasó por Consejo de Guerra en el mismo año 39, siendo condenado “por delito de rebelión” a la pena de 30 años, que acabaron reducidos a algo más de cuatro que le permitieron conocer el campo de concentración del Puerto Pesquero de Hueva, con más de 3000 presos; las prisiones del Puerto y de Rota, donde coincidió con sus amigos y camaradas Carballo y Caballero Vaca, y la prisión de Viator, en Almería. Luego, la dura vida -mera supervivencia- que el franquismo reservó para los rojos y la renuncia definitiva a Nerva, su pueblo, donde no hubiera podido ni sobrevivir.

Cuando entrevisté a José Rodríguez a finales de los 80, aunque muy deteriorado ya por la edad, conservaba todavía una fuerte presencia y una gran voz tras la que se adivinaba a aquel vendedor ambulante de gaseosas, evocado por Francisco Romero Marín, que recorriendo los pueblos mineros llevaba nuevas ideas a los que querían escucharlas. José Rodríguez González, último alcalde republicano de Nerva, mantuvo el control durante toda la charla hasta que al rememorar su salida de Nerva y sus encuentros posteriores con amigos y compañeros ansioso de saber lo ocurrido en el pueblo, recordó lo que le contaron. Primero repitió el oficio anterior, que conservaba íntegro en la memoria, y a continuación dijo: “Nosotros los protegimos y los entregamos con vida, y ellos luego acabaron con más de dos mil vecinos”, tras lo cual quedó en silencio y sollozó durante unos momentos. Le pregunté si conservaba alguna foto de aquellos años y me dijo que unas desaparecieron en Nerva y otras las tuvo que destruir él mismo tras su captura en Alicante. También recordaba, por haber sido corresponsal en ellos y haberlos coleccionado, viejos periódicos como “El Obrero”, de Calañas, “La Antorcha”, “Bandera Roja”, “La Batalla”, “La Chinche” o “La Picota”, igualmente destruidos. Asimismo me contó que su contacto con los libros le permitió encargarse durante unos años de una sección de crítica en una publicación titulada TEIVOS, cuyo significado y orientación se observará si se da la vuelta a la palabra. Por suerte, bastante antes de morir, conoció el final de la dictadura e incluso llegó a recibir un homenaje en su pueblo e incluso otro, en que le fue entregado un carnet honorífico, por parte de sus viejos compañeros del Partido. Al fin y al cabo José Rodríguez González no fue sólamente el último alcalde republicano de Nerva, motivo para traerlo ahora aquí a estas páginas, sino memoria viva y parte activa de la historia política y social de nuestro país.

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