Manuel Moreno Barranco

Jerez de la Frontera
Cádiz

Introducción

«La vida es hermosa a todas las edades,
y merece la pena vivirse»
(Fragmento de carta de Manuel Moreno, 26-8-59)

Aviso a navegantes:

Hay líneas que se escriben desde la ligereza e, incluso, desde la benevolente e inocente frivolidad, y hay líneas escritas con sangre.

Cumplo, al escribir este artículo, con parte de mi deber –penoso y gozoso a un tiempo– con mi tío, hermano de mi madre, Manuel Moreno Barranco, asesinado impunemente en la cárcel de Jerez, en febrero de 1963, cuando el Generalísimo y sus numerosos acólitos –confesos y solapados– se disponían a celebrar los «25 años de Paz». Estas líneas, ustedes lo comprenderán, están escritas con sangre, y constituyen para mí un escrito muy difícil de afrontar. Ruego, pues, disculpen su carácter, a ratos abrupto.

Lo que sigue no es una biografía (ni los datos ni el tiempo ni el ánimo me llevan a ello) sino tan sólo un apunte que pueda situar al lector en las coordenadas familiares, geográficas, políticas, etc. en que vivió Manuel Moreno Barranco, el autor del libro que tienen entre sus manos. Creo que su lectura, proporciona una visión ajustada de su persona y de su obra, hasta donde ello es posible.

1. Niñez

Manuel Moreno Barranco nació el 24 de abril de 1932, en la calle Guarnidos, 5, de Jerez de la Frontera. Su padre se llamaba Manuel y su madre María Luisa. Fue el segundo y último hijo de mis abuelos. Un año antes, había nacido la hermana mayor, Petra, mi madre.

Mi abuelo, que casó muy joven, era sombrerero en Casa González (CI Larga, 43, Jerez) y hombre muy aficionado a la lectura, con una importante biblioteca. Era aficionado –no sé hasta qué grado fiel cumplidor– de las teorías vegetarianas y naturistas que, de la mano del anarquismo, fueron llegando a España en los años 20-30 del pasado siglo. Asistía a reuniones de esta índole, y era, por otra parte, un gran lector. Creo, sin certeza, que no tuvo un mayor activismo político. No obstante, cuando estalló la rebelión fascista, Jerez cayó desde el primer minuto en sus redes, y la persecución fue implacable, afectando no sólo a líderes activistas, sino a cualquiera que tuviera una mínima significación o –aún peor– por meros ajustes de cuentas personales, envidias, etc.

Mi abuelo, ese verano de 1936, tenía 26 años y veraneaba en una pequeña finca campestre en la Cartuja, y allí mismo tuvo que enterrar en el campo dos baúles llenos de libros. Avisado de que los fascistas lo buscaban, se vio obligado a huir. Efectivamente, un día de ese mes de agosto de 1936, un camión lleno de falangistas se personó en la finca buscándolo, pero él ya había huido, con otros, por la Serranía de Ronda, hacia Málaga la Roja. Un mes después, vagas noticias le llegaron a mi abuela acerca de una emboscada en la sierra, en la que todos fueron asesinados. Nunca más supimos de mi abuelo. Una lápida, colocada en 1999, recuerda su desaparición en el cementerio de Jerez.

Quedó, pues, mi abuela, viuda –en la incertidumbre personal de que él pudiera estar vivo, en el exilio–, y sin medios de subsistencia. Ella logró, con ayuda de familiares, montar una lechería en la calle Levante, donde estuvo casi cincuenta años.

Así las cosas, Manuel Moreno Barranco era un niño huérfano de padre, pero feliz. Tenía numerosos amigos en el barrio, iba con su bicicleta a todas partes, y gracias a los desvelos de mi abuela, mi familia no pasó hambre, ni en los peores momentos. Pocas noticias concretas tenemos de su vida en los primeros años, salvo su ya muy temprana afición por la lectura (la escritura sería posterior), comprando ya muy niño sus primeros libros –que andan por la biblioteca familiar– de Julio Verne, Daniel Defoe, Edgar Rice Burroughs, etc. (En este artículo es a través de los libros de su biblioteca como encontraremos el hilo posible de su pensamiento, siguiendo la pista borgiana. A ello contribuirá, además, un amplio epistolario de sus últimos años).

Con 6 años, en septiembre de 1938, entra en la Escuela del Sagrado Corazón de Jesús (C/ Ventura Misa, 20), donde realiza sus estudios primarios, de cuyos resultados no tenemos constancia.

«¡Viva la vida!»
(Fragmento de carta de M. Moreno, 20-7-57)

2. Adolescencia

Tras acabar estos estudios, realizó el ingreso en el instituto de la ciudad (alameda Cristina) y posteriormente solicitó una beca de 300 pesetas para estudiar en la Escuela Profesional de Comercio de Jerez, que obtuvo. En estos años –1945-1947– conoce a quiénes serían sus mejores amigos en Jerez, Rafael Riquel, Carlos Jiménez, etc., amigos con aficiones artísticas diversas.

Sintiendo la necesidad de aportar dinero a casa, se presenta con 16 años a unas oposiciones para auxiliar del Banco de Jerez, que obtiene. Aún no había acabado los estudios de Comercio, cuando un cartero vino a buscarlo con la carta del nombramiento, y no creía que el chiquillo –todavía con pantalón corto– que allí estaba, era el destinatario de la misiva oficial.

Entró, pues, a trabajar en el Banco de Jerez, y consiguió permiso de horas libres para culminar sus estudios de comercio, cosa que hizo.

En el Banco de Jerez trabajó desde 1948 hasta 1956. En estos años, las novelas de aventuras son una de sus predilecciones, y colecciona todos los libros de El Coyote, Emilio Salgari, etc.

3. Juventud

En el año 1950, sufre una enfermedad tuberculosa que le obliga a estar dado de baja desde septiembre de 1950 a octubre de 1951, y es en esta larga temporada de cuidado y reposo cuando comienza a escribir. Tenía 18 años, y una ya amplia experiencia como lector. Escribe sus primeros esbozos de cuento, y su horizonte literario se amplía poco a poco. Comienza a leer autores clásicos que ya andaban por casa, en la biblioteca de su padre y de su abuelo, como Goethe, Poe, Pérez Galdós, Conan Doyle, etc, y empieza a comprar obras que van denotando la adquisición paulatina de cierto gusto y selección: entre sus libros de esos años están antologías de Rainer M.ª Rilke, Paul Verlaine, Jakob Waserman, etc.

Durante estos años 1952-1953, pasa temporadas de reposo en Grazalema, para intentar mejorar su enfermedad con el aire puro serrano, y allá en el mirador de Grazalema, tumbado en una hamaca, se dedica a sesiones intensivas de lectura, y a su incipiente escritura.

Son años de formación literaria, autodidacta, y en un entorno hostil. Cuenta, tan sólo, con un pequeño grupo de amigos, que también tienen vocaciones artísticas: poesía, teatro, pintura, que realizan tertulias idealistas y van, con emoción, descubriendo nuevos autores. Estos jóvenes sufren la asfixia cultural que cubre la ciudad de Jerez en la posguerra, como veremos después, y anhelan marchar a Madrid o Barcelona como horizontes de mayor libertad para el desarrollo de sus inquietudes culturales. Casi todos ellos terminaron marchándose. Manuel Moreno ha escrito en esos años varios cuentos, que envía a la Editorial Aguilar, quien decide publicarlos en su colección Nova Navis.

Inicia en 1955-1956 una relación de noviazgo con Isabel A., con planes de casamiento. Tras sus prolongadas ausencias, ella desistió de este noviazgo en 1960.

4. Madrid

En octubre de 1956, Manuel Moreno, tras ocho años de trabajo en el Banco de Jerez, espoleado por la próxima edición de su primer libro y el deseo de nuevos horizontes, solicita unas vacaciones, marcha a Madrid, se aloja en casa de unos familiares y comienza un largo peregrinaje para obtener trabajo en un banco de la capital, que le permita el desarrollo de su carrera literaria en ese nuevo escenario. Finalmente, consigue su objetivo, y el 18 de diciembre de 1956 entra a trabajar en el Banco Popular Español, donde trabaja como oficial segundo de cartera. Es ubicado en distintas sucursales, y su vida de aquellos años es muy sencilla, como él mismo cuenta en una carta:

«Llevo una vida muy sencilla. Sigo con mi régimen anterior. Salgo del Banco y escribo hasta la hora de cenar».

Ubicado en pensiones –cada vez más baratas, pues el sueldo apenas le alcanza para pagar la pensión– vive dedicado a leer y escribir, salvo ocasionales salidas al cine, al teatro, o algunas reuniones con amigos, parientes y paisanos. Intenta dedicar el máximo de horas diario a su trabajo literario:

«aquí tengo algunos amigos, con los que me veo cada varios días, porque si no no podría hacer nada de provecho» (4-12-57).

Sigue comprando cuantos libros puede, y su horizonte lector se va ampliando: en esta época, aparecen en su biblioteca muchos de los autores contemporáneos de la novelística española. Tiene un interés grande en la novela, género en el que empieza a trabajar, construyendo su única novela acabada: Arcadia Feliz. Entre los libros que lee durante estos años madrileños están:

  • La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (Editorial Destino)
  • La mina, de Armando López Salinas (Editorial Destino)
  • El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (Editorial Destino)
  • Entre visillos, de Carmen Martín Gaite (Editorial Destino)
  • La Bodega, de Vicente Blasco Ibañez (Editorial Prometeo, México)

Lee también grandes obras ya clásicas de la literatura como:

  • En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust (Edición Santiago Rueda, Buenos Aires, 1949)
  • La montaña mágica, de Thomas Mann (Edición José Janés, 1954)
  • El paraíso perdido, de John Milton (Edición Anacona, Buenos Aires, 1952)
  • El caso Maurizius, de Jakob Wassermann (Edición Santiago Rueda, Buenos Aires)

Así como libros sobre escritores y la condición del escritor, entre ellos:

  • Carnet de un escritor, de Wlliam Somerset Maugham (Ed. José Janés, 1951)
  • Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski, de Stefan Zweig (Ed. Tor, Buenos Aires)
  • Recuerdos de un hombre de letras, de Alfonso Daudet (Espasa, Buenos Aires)

(Me detengo en los libros de cada época porque creo, con Borges, que un hombre es, sobre todo, los libros que ha leído, por encima incluso de los que ha escrito, y su análisis permite una radiografía mental bastante aproximada de la figura de Manuel Moreno).

En estos años, mi abuela está constantemente enviándole ropa, comida, y giros de dinero que, como él siempre reconoce le «vienen muy bien».

Anduvo siempre estrecho de dinero:

«En dos años que llevo aquí no me he comprado ropa ni zapatos, porque no me han precisado ni tenía posibles muy largos».

A pesar de ello, varias veces al año viene a Jerez, –a veces llega con 0,50 pesetas en el bolsillo– donde reaviva su noviazgo y sus amistades, a quienes presta con generosidad sus libros.

En carta de uno de estos amigos, Rafael Riquel Ortega, poeta y narrador, enviada a Manuel Moreno a Madrid el 28-10-56, podemos ver explícita la asfixia cultural de la época:

«Sí, Manolo, luchemos, luchemos porque bien vale hacerlo. Luchemos porque a la postre tendremos la mejor, la más bella de las recompensas: la satisfacción íntima de lo que hemos creado y podamos crear en lo sucesivo. Las caídas que demos en el camino, ayudarán a nuestro espíritu a valorar mucho más el fruto conseguido. Esto es lo que Jerez no podrá ofrecernos nunca; para no tener, no tiene ni sitio en que caerse. Este aire de completa y absoluta vulgaridad, es el que no puedo aguantar más, hay que liberarse de él porque con el tiempo atrofiará a los que lo respiran. Por eso quiero escapar de él antes que enferme con su contacto […] De Jerez, ni puedo ni quiero contarte nada ¿Para qué amargarte tus horas? Por lo demás, paso el tiempo en su mayoría, acompañado de mí mismo, de los libros y de tu máquina es escribir». (El subrayado es mío).

Durante estos años en Madrid, escribe la novela «Arcadia Feliz», y continúa escribiendo cuentos. Por otra parte, se publica al fin su primer libro «Revelaciones de un náufrago», constituido por la novela corta «Retratos y paisajes de Carmelo Vargas», y cinco cuentos, en la Editorial Aguilar, y recibe una importante y elogiosa crítica del crítico literario Rafael Vázquez-Zamora, en la revista «España Semanal» (24-8-1958).

5. Londres-París

En febrero de 1959, solicita excedencia por un año en el banco, con el propósito de marchar a Inglaterra, donde unos amigos le habían buscado un trabajo, en relación con la colonia venezolana de Londres, para aprender inglés y continuar su aprendizaje literario.

Pasa seis meses en Londres –de marzo a agosto–, al parecer como redactor agregado en la Embajada de Venezuela –extremo del que no tengo certeza– y en calidad de tal, viaja a París en agosto de 1959 para efectuar un reportaje, junto con un fotógrafo. Publica en «La Estafeta Literaria» un artículo sobre una exposición de pintura española en París. Al parecer no volvió a Londres, donde debió pasar ciertos apuros económicos. Tras ello, en octubre de 1959, está en Suiza, visitando los montes Jungfraujoch, con su amigo Pierre, y posteriormente continuó viaje a Florencia, Pisa, Génova, y Milán.

En París, como ya hiciera en Madrid, intenta obtener un trabajo bancario, e igualmente tiene éxito: entra a trabajar en el Banco Francés de la Agricultura y el Crédito Mutuo. Traba amistad con exiliados españoles de la colonia parisina, y conoce a Juan Goytisolo, quien recomienda la edición de su novela en México…

Estos años de 1959, 1960, 1961 y 1962 en París, son años de:

  • el descubrimiento de un gran amor: su compañera de trabajo en el banco Suzanne Lacoste, con quien hizo planes de matrimonio.
  • el descubrimiento de Europa, con cortos pero frecuentes viajes por Francia y países vecinos: Italia, Suiza, Bélgica, etc.
  • el descubrimiento de nuevos horizontes intelectuales: lee con fruición a Claude Levi-Strauss, Michel Foucault, Roger Scarpit, etc.

Vive de forma muy precaria, y comparte piso con otros españoles refugiados o bohemios. Continúa escribiendo, e inicia su segunda novela, que dejó inacabada: «Bancarios», pero su gran preocupación era ver publicada su primera novela «Arcadia Feliz», para lo cual realizó múltiples gestiones de cara a su publicación en México, gestiones que no condujeron finalmente a su edición […].

En 1962, ve una posibilidad de entrar a trabajar en la Editorial de Carlos Barral en Barcelona y, guiado por ese impulso idealista que siempre lo movió, solicita la baja en el banco, y marcha a Barcelona, instalándose en Molins de Rey y allí permanece durante los meses de septiembre y octubre de 1962.Finalmente, en noviembre de 1962, desengañado sobre Carlos Barral y sin dinero, vuelve a Jerez, a la casa familiar.

Su vuelta coincide con la detención en Madrid de Julián Grimau, y con el escándalo de su «intento de suicidio», que levantó una ola de indignación europea. El régimen policial franquista se coloca en estado de máxima alerta, y los servicios secretos intentan localizar imprentas y emisoras clandestinas que están funcionando en distintos puntos de España.

6.- Paréntesis: el caso Julián Grimau

Señala Ubaldo Plaza:

El día 23 de abril de 1963 era asesinado por el franquismo, Julián Grimau, miembro de la dirección del Partido Comunista de España detenido tras una delación, y salvajemente torturado por la Brigada Político Social, la policía política franquista. Fue arrojado por una ventana con la intención de simular un suicidio que les evitara mostrar al detenido en las lamentables condiciones en que lo habían dejado sus torturadores. Después, y ante un consejo de guerra y en un juicio sin las menores garantías, fue condenado a muerte y fusilado al alba.

La pena de muerte fue firmada por el dictador, en un gobierno en el que figuraba el entonces fascista Manuel Fraga Iribarne, hoy presidente de la Xunta gallega y travestido en los tiempos presentes de demócrata de toda la vida a pesar de haber justificado el asesinato de Grimau como un «acto de Justicia»

. (El subrayado es mío).

Efectivamente, fusilaron a Grimau e1 23 de abril de 1963, pero su detención se produjo e1 6 de noviembre de 1962. Como señala el boletín de la Red Vasca Roja:

el 9 de noviembre de 1962, año vigésimo tercero de la «Paz de Franco», la prensa madrileña «informa» de que el comunista Julián Grimau, «se ha caído» desde una ventana de la siniestra Dirección General de Seguridad franquista por la que se ha arrojado cuando estaba siendo interrogado. Con supremo sarcasmo los canallas jueces franquistas le acusarán de tentativa de suicidio. Por Madrid corre un soneto titulado LA VENTANA INDISCRETA firmado por Antón Salamanca que dice así:

Otra vez esas radios extranjeras
vomitan contra España su veneno.
Salimos ahora al paso de ese trueno
explicando las cosas verdaderas.
No ha habido tal señor defenestrado
ni se empleó en su trato la tortura,
Tratósele con tacto y con dulzura,
Se le invitó a pasar a lo vedado,
Saludóselo allí con cortesía,
Preguntósele por sus actividades,
de manera correcta y muy humana,
Díjonos su opinión de la amnistía,
Dijímosle después nuestras verdades,
y arrojóse sin más por la ventana.

(publicado en «España hoy», Ruedo Ibérico, París, 1963)

 

Ese Antón Salamanca autor del soneto era, realmente, el comunista Alfonso Sastre (genial dramaturgo de talla mundial que es vecino de Hondarribia desde va a hacer ya un cuarto de siglo).

A las cinco y treinta minutos del 20 de abril de 1963, después de un juicio-farsa ante el Consejo de Guerra de Madrid que le condena a muerte por «un delito continuo (desde 1936) de rebelión militar», Julián Grimau es fusilado. Se produce una gigantesca manifestación internacional de repulsa. Antón Salamanca (Alfonso Sastre) renueva en verso su sarcasmo:

Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?
Pero el mundo se agita y se remueve.
En el mil novecientos treinta y nueve
Se fusilaba más sin tanto inmundo
protestar de masones, liberales,
comunistas, social democristianos,
escritores borrachos, italianos,
gente de mal vivir y radicales.
Pero además, ¿qué pasa?
¿Qué presentas, mundo, como protesta, inoportuno?
¿Te parece tan grave, pues, la cosa?
¿Tanta importancia tiene a fin de cuentas
que sean un millón o un millón y uno
los muertos de una guerra tan gloriosa?
(Transcritos en Max Gallo: «Historia de la España
franquista», Ruedo Ibérico, París, 1971, página 345.)

 

Para justificar la salvajada el Ministerio de Información, ocupado a la sazón por Manuel Fraga Iribarne, publicó ese año de 1963 un folleto titulado «Julián Grimau o el arte de fabricar una víctima» y otro titulado «Crimen y castigo».

Como señaló Manuel Vázquez Montalbán: «La oposición al franquismo está llena de datos y de aromas; los historiadores pueden llegar a los datos, pero no a los aromas. ¿A qué olía el eco del último grito de Julián Grimau, resonando de cárcel en cárcel en aquella primavera de 1963?».

El caso de Julián Grimau movilizó toda la opinión pública progresista europea, con grandes manifestaciones a favor de su libertad, antes de su asesinato, y grandes manifestaciones de repulsa, tras el crimen.

Este paréntesis no es tal, porque creo que tiene íntima relación con la detención y asesinato de Manuel Moreno Barranco en Jerez, como se verá a continuación.

7. Detención y asesinato de Manuel Moreno

A finales de enero de 1963, en plena agitación sobre el caso de Julián Grimau, la policía irrumpe en nuestro domicilio familiar buscando una emisora clandestina de radio. Registraron pero no encontraron nada.

Quince días más tarde, vuelve la policía a efectuar otro registro, el 13 de febrero de 1963. En esta ocasión, solicitan a Manuel Moreno que les acompañe a comisaría. Eran las diez de la mañana. Él cree, como bien refleja el poema de José Agustín Goytisolo que volvería para almorzar, y así se lo dice a su abuela, mientras los inspectores se llevan todos sus papeles:

ORDEN DE REGISTRO
No miren por ahí
Todo son libros;
No es entre mis papeles
Ni en la cama
Donde vayan a hallar
Algo escondido
¿Cuánto cobran ustedes
mensualmente?
No, nada: pensaba
Lo que vale este registro.
En fin ya son las tres
¿qué esperan encontrar?
Es tristísimo.
Sí, de acuerdo retiren
Lo que quieran;
Vamos abajo pues;
Perdonen olvidaba
El abrigo.
Adiós mujer
No pongas esa cara;
Te digo
Que están equivocados
Son sólo unos poemas
Versitos, tontería.
Yo regreso ahora mismo
.

Manuel Moreno Barranco nunca más volvió. Tras dos días en Comisaría, es llevado a la Cárcel de Jerez, el 15 de febrero de 1963.

Detenido, interrogado y torturado durante nueve días, hubo policías que se acercaban diariamente a la lechería de mi abuela a amenazarla con la muerte de su hijo. Disfrutaban con ello. Conservo cartas de mi abuela que lo atestiguan.

El día 22 de febrero de 1963, «se cae» de una baranda de la cárcel de Jerez en la mañana del 22 de febrero, sin que lo vea ningún preso. Es trasladado al Hospital de Santa Isabel, donde fallece ese día, a las 16:00 horas.

Su fallecimiento, según parte de defunción, se produce por «hemorragia cerebral traumática». Nadie comunica oficialmente nada a la familia, quien se entera a través de un pariente de un policía. Intentan que la madre no viese a su hijo muerto. Su hermana, mi madre, sí lo vio, lleno de moratones.

Al día siguiente, el féretro es acompañado por la policía, en la iglesia y el cementerio, para evitar «desórdenes públicos», que no se produjeron: muy pocos conocidos y amigos asistieron al entierro, atenazados por el miedo.

Tras el asesinato, se produjeron varios movimientos, especialmente en Francia, donde se constituyó un Comité para investigación de la muerte de Manuel Moreno, del que formaron parte intelectuales señeros de Francia, como Edgar Morin o Clara Malraux.

Medios clandestinos del interior recogieron su asesinato, entre ellos el boletín «Oficina Prensa Euzkadi», y el periódico jerezano «Unidad». Igualmente, importantes periódicos franceses como «L’Express» y «Le Figaro» se hicieron eco de la tragedia.

El propio PCE incluyó una supuesta carta de apoyo de Manuel Moreno Barranco contra la detención de Julián Grimau, en un libro publicado tras el asesinato de este último…

El asesinato de Manuel Moreno no fue un caso único: en 1963 (¡menos mal que ya se iniciaban los fastos de los 25 años de Paz!), además de otros muchos que ignoramos, mataron a: Julián Grimau (20 de abril), el guerrillero Ramón Vila Capdevila, Caraquemada (11 de agosto), el anarquista Francisco Granados (17 de agosto), el anarquista Joaquín Delgado (17 de agosto), estos dos últimos acusados de poner bombas que nunca pusieron, como ha demostrado hace poco la cadena cultural francoalemana ARTE. La represión, brutal, continuaba en 1963, aunque sectores importantes de la sociedad, española y jerezana, vivieran en la amnesia y el pseudofolklore. La noche franquista selló para siempre las voces de grandes luchadores del comunismo y del anarquismo: baste recordar aquí, junto a los citados, los nombres de Jesús Larrañaga, los asturianos Casto García Rozas y Cristina García, Agustín Zoroa, etc.

Conclusión

Sigo creyendo, tras haberme acercado en lo posible a su figura nebulosa, que Manuel Moreno Barranco, mi tío, era un hombre democrático, de ideas republicanas y paulatinamente más de izquierda, con hondos ideales de justicia, solidaridad, y progreso social, pero que no llegó a militar en ningún partido político. En una carta de 1962, a una amiga, señala «soy un poco rojillo, no pertenezco a ningún partido político, pero me inclino al socialismo». Era, medular, visceralmente, escritor. Vivía por y para la escritura, y tuvo el múltiple infortunio de proceder de un padre desaparecido en la guerra, de residir en la Francia democrática, de ser escritor (lo que equivalía a «sospechoso», en 1963), de volver a España en el período de agitación del caso Julián Grimau, y el infortunio último de ser recibido e interrogado en la Comisaría y en la Cárcel de Jerez por el inspector Sotomayor y sus secuaces.

Este conjunto de azares propiciaron su asesinato. A alguien se le fue la mano, como pasó con Julián Grimau y con tantos otros. Sus torturadores, aún hoy, parecen pacíficos funcionarios jubilados que se pasean por Jerez, Sevilla o Valencia. Es así de sencillo y es así de terrible.

Reflexión muy personal:

En el barro del Samsara, algunos escuchan, en el centro de sus mentes, una radio fantasma, gritando libertad, hasta el fin de las eras.

Final

Durante toda mi infancia y juventud, mi tío Manuel Moreno fue para mí un fantasma huidizo, oculto tras un espeso muro de silencio, levantado en casa por una honda tristeza. Siempre creí que, con independencia de sus méritos literarios –que otros juzgarán– su muerte exige que una sociedad libre le otorgue al menos la oportunidad de expresar su palabra. Ese fue el objetivo central de su vida. Se cumple aquí, con este libro, cuarenta años después de su asesinato, un acercamiento a su vida y a su obra que lo restituye a la memoria familiar y ciudadana. Para mí, también, sale de su irrealidad para ser lo que fue: un joven escritor idealista, destrozado por nefastas circunstancias.

Deseo, de forma expresa, manifestar mi profundo agradecimiento, así como el de mi madre y hermanos, a Casto Sánchez Mellado, amigo, hermano político y profesor de literatura, por su ánimo y colaboración literaria, y a Pedro Pacheco Herrera, amigo y Alcalde de Jerez, que desde el primer minuto entendió que la edición de este libro era una obra de justicia que la ciudad debía al recuerdo de uno de sus hijos escritores, al cumplirse 40 años de su asesinato.

Existen otras obras inéditas de Manuel Moreno Barranco –cuentos y crónicas de viaje– pero su única novela inédita acabada es “Arcadia Feliz”, escrita entre 1956 y 1959, iniciada cuando su autor contaba 24 años de edad. En mi opinión, esta novela es una reflexión sobre el mundo de los señoritos de Jerez y la miseria campesina de la época. Como ustedes verán, el propio título es una fina ironía simbólica sobre un Jerez espeso y mortecino; si leen la novela reconocerán personajes como el señorito «El Puma», el poeta «Perico de la Plata», etc., y espacios como la Calle Honda, la Rotonda de los Casinos, la Cafetería «La Vega», la Corredera, el río Guadalete, etc.: en definitiva, la vieja Laverna, cuyos personajes y características –algunos– aún subsisten…

Jerez, febrero de 2003

 

 

Manuel Moreno Barranco

Tulio Riomesta

Manuel Moreno Barranco, escritor republicano y antifascista, asesinado por agentes criminales de la policía franquista en Jerez en 1963

 

Nació en Jerez de la Frontera el 24 de abril de 1932, hijo de Manuel y María Luisa. En agosto de 1936, perseguido por los falangistas, su padre huyó hacia zona Republicana, pero fue abatido en una emboscada en la Serranía de Ronda. La viuda tuvo que montar una lechería para alimentar a dos hijos en los duros años por venir. Manuel estudió Comercio, y entró a trabajar con 16 años en el Banco de Jerez. En 1950 sufrió una enfermedad tuberculosa que le obligó a estar dado de baja más de un año, pudo leer mucho, Cervantes, Goethe, Poe, Galdós, Rainer María Rilke, Jakob Wassermann, Paul Verlaine, etc.

En 1956 marchó a Madrid a trabajar en el Banco Popular Español. Continuó su formación literaria, y en 1957 publicó su 1ª novela, «Revelaciones de un náufrago», mereciendo elogios de distintos medios críticos. En febrero de 1959 trabajó 6 meses como redactor agregado en la Embajada de Venezuela en Londres. En septiembre viajó por Suiza, Italia y en octubre, finalmente, París. Entró a trabajar en el Banco Francés de la Agricultura, y trabó amistad con exiliados españoles.

 

Dio comienzo, así, una carrera literaria. Su relato ‘En la marisma’ quedó finalista de los premios Sésamo de 1958. Su narrativa se centraba en España, la guerra civil y las desigualdades sociales. Se instaló en un ambiente bohemio, en contacto con la extrema izquierda hispano-francesa. En 1962 viajó a Barcelona, intentó en vano realizar prácticas en la Editorial Barral, pero desengañado volvió a Jerez el 24 de noviembre de 1962. Allí retomó el contacto con los viejos amigos de Jerez. Uno de ellos testimonió: «…se notaba en las conversaciones que era comunista, no lo decía, pero tampoco lo negaba. Los servicios de información del régimen estaban enterados de esa afiliación y desde que pasó la frontera lo pusieron en vigilancia…»

 

El 27 de enero de 1963, la policía registró la casa familiar de Jerez sin encontrar nada. Escribía folletos políticos que distribuía cuidadosamente. Uno de estos escritos cayó en manos de la policía. El 13 de febrero de 1963, la Brigada Político-Social se llevó detenido a Manuel Moreno a la cárcel de Jerez, sin mandato judicial, ni acusación formal. La familia recurrió a abogados que rechazaron defenderlo. El encargado de los interrogatorios era el policía Manuel Sotomayor López, un falangista que pasaba por la lechería de la madre con burlas y amenazas: “encomiéndate a Dios, que como él no te salve no te salva nadie”.

 

La noche del 21 de febrero los interrogatorios pasaron a mayores: Sotomayor lo vapuleó colgado de los tobillos, pronto se dieron cuenta de que se les había “ido la mano”. Tenía los tobillos rotos y hemorragia interna. En noviembre había sido detenido el dirigente del Partido Comunista Julián Grimau, a quien sometieron a tales torturas que decidieron arrojarlo por la ventana a un patio interior de la cárcel, pero sobrevivió y lo fusilaron el 20 de abril de 1963. Quizá inspirados por lo sucedido con Grimau meses antes, lo arrojaron por una barandilla al patio de la prisión. El diario local Ayer recogió al día siguiente la nota de que Manuel Moreno se había caído de un barandal, sin informar que estaba preso en la cárcel. Manuel ingresó en el Hospital de Santa Isabel. Nadie informó a la familia, se enteraron con horas de retraso. Corrieron al hospital, para encontrarse con un “madero” que impedía acercarse al hijo agonizante. Manuel Moreno falleció a las pocas horas, por «hemorragia cerebral», tenía 30 años (22 de febrero de 1963).

 

La policía custodió el entierro, al cual sus propios amigos rehusaron acudir por temor a verse implicados. Fue el primero de la larga lista de similares “defenestraciones” policiales con resultado de muerte de las que se tiene noticia entre 1963 y 1969: Julián Grimau, Ramón Vila Capdevila, Francisco Granados Gata, Joaquín Delgado Marínez,  ninguna de las cuales fue admitida por las autoridades. Era ministro Fraga Iribarne, y también lo era cuando en 1969, Enrique Ruano Casanova fue arrojado desde un séptimo piso por policías franquistas. El suceso fue presentado oficialmente como un suicidio, conociéndose después que uno de los policías le disparó antes de arrojarle por la ventana, y posteriormente, serraron el hueso de la clavícula para que no apareciese la bala, falseando la autopsia.

 

El cementerio permaneció varias semanas bajo la vigilancia de la guardia civil. Cuando se despejó el acceso, un equipo anónimo de la resistencia clandestina exhumó el cadáver, le hizo una autopsia secreta y lo volvió a enterrar con la prueba del delito: fotos y un informe forense dos doctores revelaban signos de tortura. El comisario que ordenó la detención declara que él «ya había decretado su libertad pues allí no tenían nada contra él». Lo mismo en el juzgado: «allí no había nada contra él». Sin embargo, el propio certificado de defunción menciona un sumario judicial sobre Barranco, y para el ingreso a prisión habría hecho falta la orden de uno de esos jueces que decían que nunca supieron nada.

 

Pero el régimen franquista no indagó sobre el caso, que quedó sin investigación formal hasta nuestros días. Terminaron aquí las “explicaciones”: como el mundo no se contentaba con que un vecino se cayó a un patio y se murió, lo hemos sustituido por un enfermo mental tratado con todas las garantías, que se tiró al patio de una cárcel a una hora en la que nadie podía verlo. El investigador contemporáneo no lo tiene más fácil: el expediente judicial contra Barranco desapareció en una inundación, las pruebas están pulverizadas.

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