Esta es una historia de fantasmas. Pero no de los que te sacudes para seguir andando, sino de los que traes de vuelta para que hablen. Los vivos que eligen un poblado que ya no existe para habitar de muertos, los mal muertos que gritan bajo el asfalto, los muertos que tuvieron que irse a morir a otra parte y los aparecidos de un periodismo que dicen que ya está muerto. Camisa, americana y libreta en mano, el escritor Carlos Fidalgo es un periodista raro, no bebe, no fuma y nunca quiso ser reportero de guerra. Un tipo que, atraído por la escritura y enamorado de la historia escogió el periodismo para pagar las facturas y (emoticono de sorpresa), puede pagarlas. El hijo de un minero y un ama de casa naturales de la Cepeda que emigraron a Francia en busca de un futuro mejor y terminaron en Bembibre criando a sus cuatro hijos. Ahí empezó todo y aquí, por videollamada después de la jornada laboral y tras muchos intentos de quedar cara a cara (su agenda de presentación y ferias literarias es infinita), nos lo cuenta.

Una vida casi se puede reconstruir a base de primeras veces. El bebé Fidalgo cayéndose con un tacatá por las escaleras de la casa de comidas que durante un tiempo regentaron sus padres detrás del ayuntamiento de Bembibre, el cuento de Navidad que escribió para el cole plagiando a Dickens, el “deslumbramiento” que le provocó Madrid cuando llegó a la ciudad para estudiar periodismo, o la crónica de la salida del Santo de Bembibre que se convirtió en su primer texto publicado en el Diario de León. Porque al chaval que llegó a la capital y pensó “yo no vuelvo”, le ofrecieron antes de terminar la carrera un puesto de redactor en El Bierzo y se dijo “me van a pagar por escribir, qué bien, joder”.

Entre el 91 y el 94, Carlos se había costeado la carrera trabajando durante los veranos como peón forestal en la brigada del helicóptero de la base de Cueto y, aunque la experiencia le sirvió, además de para pasar la noche de su dieciocho cumpleaños apagando un fuego en Fresnedelo, para comenzar como corresponsal de incendios en el Diario armado con una cámara Werlisa “que costaba cuatro duros”, no despertó vocación de bombero alguna. Las ofertas que no se pueden rechazar se aceptan y así, dejó las prácticas en la sección de internacional de la Agencia EFE en Madrid y regresó al Bierzo, esta vez a Ponferrada, donde lleva casi tres décadas haciendo suya una profesión para la que solo da un consejo, “la historia está donde menos te la esperes, pero tienes que salir a buscarla”.

Después de conocer la comarca desde el cielo tocaba patearla para contar lo que escondía su tierra. “¿Lo más emocionante que he escrito?, un artículo que titulé ‘Seis maquis bajo el asfalto’. Llevo escribiendo sobre eso 28 años y siempre hay más fosas y más muertos. La diferencia es que hace veinte años teníamos claro quién había empezado la guerra y por qué, y ahora parece que se está poniendo en cuestión”. También su serie de reportajes ‘Las cuencas vacías’, que le valió el premio Cossío y que demuestra que el periodismo local puede ser el mejor de los periodismos, rescata del olvido una parte fundamental de la historia cultural y económica del Bierzo. “Uno de los momentos más importantes fue el día  en que llegamos a las ruinas de la iglesia de Santibáñez de Montes, nos metemos en el cementerio, y allí, en un pueblo abandonado que no existe legalmente desde 2010 y en un cementerio desacralizado, hay una tumba nueva”.

Hablan los que se fueron en las crónicas de Fidalgo y también lo hacen en sus libros. Con unas influencias que pasan por Juan Rulfo y Julio Llamazares hasta Jane Austen o las hermanas Brontë, sus cuatro novelas, desde El agujero de Helmand ( Premio Tristana en 2010) hasta El Baile del fuego (su novela más reciente) ponen cara a esa Historia con mayúsculas dando voz a los que la han perdido. Dice Juan Cruz que el propósito de todo creador literario es suplantar a Dios, o al Diablo.

Carlos Fidalgo, escritor y periodista: “Llevo escribiendo sobre Memoria Histórica 28 años y siempre hay más fosas y más muertos” – Me presta El Bierzo