Franco vive en el Pazo de Meirás

Antes de la crisis de la COVID-19, cuatro días al mes, las puertas de la que había sido la residencia estival de Franco se abrían a la ciudadanía. Mientras dura la batalla legal por la recuperación del Pazo de Meirás al Patrimonio público, la familia del dictador impone un guía para las visitas de la Fundación Francisco Franco. Esta es una crónica de un recorrido desvirtuado por uno de los símbolos del franquismo en pleno siglo XXI.

A CORUÑa /12/05/2020 07:18 / LUZES-PÚBLICO | maría Dios

“Lujoso pazo de aspecto medieval en pleno corazón del expolio franquista”. Si los nietos del dictador se sumaran a la moda del Airbnb, en lugar de intentar vender la residencia estival de su abuelo, probablemente escogerían una descripción semejante. Ante las inmensas puertas que franquean la muralla de Meirás esto es todo en lo que puedo pensar. Tirón tiene, desde luego: seis mil metros cuadrados de terreno, situación inmejorable a apenas veinte minutos de A Coruña y el encanto de una edificación de estética romántica, pero de origen contemporáneo. Lo malo sería el clima, demasiado rancio para el siglo XXI. Pero desde luego el pazo se volvería más fácil de visitar.

En una esquina superior de la cancela –tan superior que casi pasa desapercibido –un carteliño avisa: “Solo visitas con reserva previa”. Y tan previa. Este viaje a la desmemoria histórica comienza dos semanas antes y con más de una llamada a la Fundación Francisco Franco. La búsqueda en Google sobre visitar el pazo solo devolvió páginas y páginas con noticias sobre la demanda del Estado para recuperar el inmueble de las manos de los Franco y sobre su declaración como Bien de Interés Cultural para que cuatro días al mes pertenezca al patrimonio de todos los gallegos. Más allá de eso, una dirección electrónica que no existe y un número de teléfono en el que salta el contestador sin opción a dejar mensaje. En la Consellería de Cultura poco resolvieron. Mucho BIC, mucho BIC, pero no saben nada más aparte de su declaración. “Habla con el Ayuntamiento de Sada”, donde responden hartos que de ellos no depende. De un tiempo a esta parte llevan el tema directamente desde la fundación encargada de “difundir y promover el legado de Francisco Franco Bahamonde”, como reza su web. La visita ya prometía.

En el consistorio me pidieron que dejara una queja formal. Curiosamente, en vacaciones reciben muchas llamadas advirtiendo de la imposibilidad de hacer la reserva de la visita. Aún iba a estar el pazo de verdad en Airbnb. Para cuando conseguí hablar con la Fundación Francisco Franco, la que ahora tiene todos mis datos, ya no quedaba sitio en el primer viernes y por poco me quedo sin hueco en el segundo. De la posibilidad de hacer un turno con guía en gallego ni hablamos. “No señorita, que tenemos solo cuatro días al mes para hacerlas”, lamentó el encargado. Si no hubiese sido por el perfecto castellano casi entiendo que le gustarían tener algún día más para abrir al público.

Todo esto se lo cuento a un par de grupos que se acercan hasta las puertas de Meirás con intención de entrar, con o sin reserva. No tardan en descartar la idea, el guardia de seguridad que nos viene a buscar no los deja pasar. Intento hacer de servicio público, ante la limitada información del cartel de visitas que cuelga sobre la puerta, y les paso el número de teléfono en el que saltaba el contestador. Tampoco hay suerte.

Entramos un grupo de trece personas bastante heterogéneo presidido por un matrimonio que va conjuntado de Balenciaga, al que volveremos después. “Bienvenidos a Meirás. Están aquí para hacer una visita a esta parcela que perteneció a dos personajes importantísimos de la historia de España como fueron Emilia Pardo Bazán y el anterior jefe de Estado, el generalísimo Franco”, exclama nuestro guía al que no escucho en toda la hora que dura el recorrido emplear el término “dictador”. Ni una vez. Con esto de la exhumación no, pero con lo de legitimar el cargo del caudillo deben coincidir en la Fundación con la sentencia del Tribunal Supremo.

Ante nosotros se abre un espacio inabarcable en una sola mirada: un jardín hermoso, perfectamente cuidado, en el que no falta ni hórreo ni invernadero. Caminamos por un sendero de hortensias que conduce a las puertas del castillo y, en lo que tardamos en recorrer la distancia, el guía explica cómo el terreno llegó generación tras generación a los Pardo Bazán. Siendo nuestra una tierra de minifundios, le pregunto si la escritora ya había heredado los seis mil metros cuadrados que mide la parcela. “Aquí veraneaba el jefe del Estado, no un ciudadano cualquiera. Es entonces cuando se amplía de tres a seis hectáreas”, resuelve dando por sentado el cómo. Lo de la concentración parcelaria ya lo habían inventado antes, en 1938. La fecha la pongo yo, claro, porque la explicación sobre cómo acabó el inmueble en manos de la familia del dictador y de la demanda de la Diputación provincial de A Coruña para recuperarlo ni llega ni se espera.

Entramos en Meirás por una de las torres más pequeñas, la que alberga la capilla, y los primeros en recibirnos son los inquilinos más controvertidos del pazo: Abraham e Isaac. Las estatuas del Mestre Mateo pasan desapercibidas para el grupo, que es dirigido por el guía cara el retablo de la iglesia. “El altar no está consagrado, pero aquí escuchaba misa diaria don Francisco. Si se fijan en ese reclinatorio, aunque falta una letra, pone GFF: General Francisco Franco. Es donde se inclinaba a orar”. Y todos a mirar para donde el señor doblaba la rodilla. En el retablo, una figura del apóstol Santiago parece mirar cómplice a los profetas hechos piedra que en otra vida habían formado parte de la Catedral compostelana. Quedo a su lado esperando a que finalice la melancolía por la “F” caída para que nos la presenten, mas no pueden competir con un cristo con pelazo que entra en escena.

“Es muy curioso, de pelo natural, pueden sacarle fotos con tranquilidad que no se va a bajar de la cruz”. Y todos a reír con la gracia. En esta capilla, cuenta el guía, se casaron las nietas del generalísimo y antes ya había sido inaugurada con la boda de una de las hijas de la escritora. También es el lugar donde Emilia Pardo Bazán quiso ser enterrada. “Murió en Madrid, en 1921, y la familia decide enterrarla allí, en la Iglesia de la Concepción”. Con el giro de guion en la propiedad del pazo que la novelista no pudo prever, el cambio de sepultura resultó en un acierto. Si a la heredera de Pardo Bazán ya no se le permitió la entrada a Meirás ni para recoger sus pertenencias, habría que ver cuánto cambiaba la historia teniendo en cuenta los precedentes de los Franco con los sepulcros de los demás. Así que ahora contemplamos un sarcófago que está vacío, también dedicado a Santiago Apóstol. “Aquellos son Abraham e Isaac”, se decide por fin a señalar el guía.

“Pertenecieron a la primitiva fachada de la Catedral, que luego fue sustituida por la gran fachada barroca de la portada del Obradoiro. Y una cosa curiosa –pausa dramática –dirán ustedes, ¿por qué en esta capilla de Meirás hay esas maquetas de embarcaciones marineras?”. Acabáramos. Quince segundos de reloj tardó el hombre en mirar para otro lado. Sobre las estatuas pesa más un galeón que cuelga del techo que su declaración como BIC. “Franco quiso ser marino y no pudo”. ¡Madia leva!, ¡Por poco! “Con la pérdida de las colonias a finales del siglo XIX, la academia naval cierra y Franco tiene que ir a la de infantería de Toledo donde va a hacer su brillante carrera militar que lo lleva a ser, con 33 años, el general más nuevo de Europa”. España perdió Cuba, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam pero ganó un dictador. El relato enternecedor continúa: “Siempre le va a tener un cariño especial al mar, sus aficiones más conocidas fueron la pesca y la caza”.

Finalizada la anécdota, salimos de la capilla en dirección a la entrada principal del pazo. El guardia de seguridad nos recuerda que, una vez dentro, no podemos ni ver el móvil. Las fotografías estarán prohibidas, pero la imagen es de esas que quedan de por vida en la retina. Salvando un lucernario al que le permitieron conservar el escudo del conde de Pardo Bazán, el vestíbulo parece un museo de trofeos franquistas. Decenas de rebezos disecados visten las paredes. “Como les decía, la caza; otra pasión”. Debajo de cada animal se puede leer lugar y fecha. Se ve que el mal gusto por la decoración –en el pasatiempo no me meto –también se heredó, porque los bisnietos del dictador siguieron colgando rebezos hasta el 2006. Sobre un aparador, bajo las escaleras, unas armas de la Guerra de Marruecos hacen juego con unas raquetas de tenis. “La escalinata lleva hoy a las dependencias privadas de la familia Franco”, no accesibles al público.

Otra pasión entiendo que es la de las reliquias. En una de las esquinas del vestíbulo destaca una “vasija única”, un ánfora fenicia, “regalada por el Frente de Juventudes”. La estancia la preside un tapiz con el águila de San Xoán, “escudo oficial de España desde 1939 a 1981” o preconstitucional, como dicen hoy. “Debajo, un gran busto de Francisco Franco. No es el original, que desapareció misteriosamente en un incendio en febrero de 1978, pero gracias a la voluntad de Carmen Franco está el que ven ahora”. Misterio. Incendio. Carmen Franco. Es para recapitular. Dos años después de la muerte del dictador se declaró un fuego en Meirás, “se dijo que había sido un cortocircuito, nadie investigó las causas y se dio por bueno”. Calcinó todo el interior de la Torre de las Musas –la siguiente a la que pasamos –, donde Emilia Pardo Bazán escribió parte de sus obras y en la que Franco celebraba los Consejos de Ministros en verano. “La viuda de Franco llevó un gran disgusto y durante unos años quedó abandonado”. En teoría, en ese incendio la familia perdió parte de las obras y de la riqueza que amasó durante la dictadura, sin embargo hay quien piensa que los bienes “desaparecieron” no tan misteriosamente por “voluntad” de los Franco. Precedentes por intento de evasión de objetos de valor histórico los hay.

Dos meses después del “misterioso” conato, a la heredera la pillan tratando de coger un avión a Suiza con unos kilos de oro y joyas en el bolso. En cualquier caso, lo cierto es que Carmen Franco es todo un capítulo de la historia de Meirás. “Gracias a la gran labor que realizó aquí entre 2005 y 2011 van a ver en perfecto estado el pazo”. Durante esos años, la hija del dictador se dedicó a buscar muebles que se asemejaran a los que tenían sus padres hasta reconstruir los salones de la Torre de las Musas. Carmencita, “la gran dinamizadora”, suspira el guía.

En el primer recibidor, muy cuco de estilo romántico, “atendían visitas tanto Doña Emilia como el generalísimo. Franco, en su condición de jefe de Estado, recibía aquí comisiones civiles y militares ya que desde 1940 vino todos los veranos a Meirás”. Por el salón pasaron tanto capitanes y gobernadores civiles gallegos como alcaldes de Santiago, Ferrol o Pontevedra “que venían a cumplimentar”. Todos desfilaron por delante de un busto de Pardo Bazán, que decora una de las mesas más lejanas, “con su característico peinado, fue una mujer adelantada a sus tiempos”. Haciéndole sombra, en el centro de la sala, una escultura de la que se hizo llamar la I Señora de Meirás.

El siguiente salón es el de las fiestas. Con la escritora, se celebraban bailes de sociedad; con el dictador, Consejos de Ministros. “Se celebró siempre uno, coincidiendo con la estancia estival del generalísimo. Incluso en el 74, con él enfermo, se dio la jefatura a Juan Carlos de Borbón y vino a presidir un Consejo del gabinete de Arias Navarro”. Entiendo que la decoración es más «institucional» que en el salón anterior, con un cuadro de Fernández Álverez de Sotomayor y Zaragoza del “generalísimo con el uniforme de jefe de Estado”. Contrasta con la pintura de un bodegón, que aparece firmado por el caudillo. “Pintaba con Sotomayor cuando la jefatura se lo permitía”. Se lo permitiría a menudo, porque parece ser el mismo pincel que el de su maestro. Aprovecho para preguntarle al guía por los retratos que decoran el marco del techo. “No sé quienes son, gente del mundo de la literatura”, quedamos con la duda. Esto con una guía didáctica de esas de la Xunta, no pasaba.

La visita a la biblioteca personal de Franco queda para el final. “Aquí encontrarán libros de todo tipo y condición”, y enumera por encima: “Literatura española y extranjera, geografía, historia, política”. Muy variado, no falta ni la colección básica de libros RTV de Salvat que todos tenemos en casa. “Hay incluso algunos libros prohibidos, en aquel estante superior”, señala en un tono pícaro que no entiendo. Quien hace la ley hace la trampa. No alcanzo a leer los títulos, pero la portada de uno parece ser una novela rosa. Paseo recorriendo los estantes leyendo los autores mientras el guía se entretiene contando batallitas del estrecho de Gibraltar al inicio de la Guerra Civil. Le gusta un cuadro en especial que rememora el Convoy de la Victoria y en el que aparecen legionarios, falangistas, regulares y requetés.

Un libro de Federico García Lorca se me aparece delante de los ojos al tiempo que el hombre habla de unos cañones que decoran la biblioteca. Mire por donde se mire, apuntan a los libros. En el techo, una leyenda reza: “Si Dios dotó tu vida con inteligencia, la lectura te dará el saber / campo de sabiduría es el tesoro que aquí encuentras, fruto de ingenio, experiencia de siglos / en el reparto de tu tiempo triunfe el libro sobre las amistades y pasatiempos vanos / preciosa prenda la de la amistad pero por sabio, generoso y leal destaca el libro como mejor amigo”. El caudillo se vino un poco arriba cuando la mandó grabar. Me quedo también con las tertulias que instaló en las ventanas “por pura ornamentación ya que no necesitaba darle conversación a nadie en los jardines”. Lo dicho, pasatiempo en vano.

Abandonamos el pazo por el vestíbulo, no sin antes pararnos a contemplar a Franco victorioso. El cuadro en el que Ignacio Zuloaga pintó el dictador con la camisa azul, los pantalones del ejército, la boina roja y envuelto en la rojigualda es lo último que se ve al salir de Meirás. “Aquí finaliza la visita, encantado de recibirlos, fue un placer tenerlos aquí”, se despide el guía. La pareja que va conjuntada de Balenciaga se acerca a darle la enhorabuena:

–¿Le gusta la historia? Conoce mucho.
–Bastante, bastante.
–Lo tiene muy aprendido.
–Aprendo desde que estoy aquí.
–¿Cuánto tiempo lleva? ¿Era profesor?
–Sí, sí. Lo que pasa es que en agosto de 2017 asaltaron el pazo gente de extrema izquierda. Entonces vivía aún Carmen Franco y decidió que las visitas las hiciera la Fundación. Yo soy miembro.
–¿Antes quién las llevaba?
–La Xunta. Ahora retiró todo tipo de subvención. Todo esto que acaban de ver fue pagado por la Familia Franco. Hicieron esto BIC, pero no dan un duro.

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