Talavera. Con los ojos de Bautista Muñoz en Neuengamme

Los hermanos Muñoz, Bautista y Francisco, permanecieron un año en un campo de concentración nazi en el noroeste de Alemania, pero los deportados a Neuengamme no cuentan con reconocimiento, homenajes ni han entrado en la lista del BOE de hace meses

M.G /- domingo, 31 de mayo de 2020
 
Se salvó de la cámara de gas, de una paliza mortal o de una inyección de benceno por sus ojos azules. Bautista Muñoz era muy alto, castaño claro y de intensos ojos azules, algo que apreciaban los nazis, aunque nunca pensó que supondrían su salvoconducto en Neuengamme. Quizá también tuvo algo que ver que fuera ebanista, como su hermano, con el que compartió un año de internamiento en un gran campo de concentración, que contaba con 60 subcampos, veinte de ellos en Hamburgo.
«¡Qué tontería, cómo voy a ver Neuengamme con tus ojos!»,  le soltó Gloria -apodada Mayu- a su padre las pocas veces que hablaron del tema. No entendía la promesa porque Bautista apenas hablaba de aquello, pero fue lo que le dijo antes de morir a los 72 años. También que tenía que quedarse con el uniforme de rayas que conservaba. Terminó cumpliendo aunque le costó y visitó Neuengamme hace cinco años  por insistencia de sus hijos, que la acompañaron en un viaje tan dramático. «Sólo vi dolor allí dentro y fue complicado porque tuve el corazón encogido todo el tiempo», recuerda. «Las palabras de mi padre se me quedaron taladradas, pero entendí por qué tenía que ver el campo con sus ojos, quería transmitirme lo que pasó, que todos somos seres humanos y que no puede volver a repetirse».
Bautista y su hermano Francisco, 19 meses mayor, llegaron juntos Neuengamme en mayo de 1944, un año antes de su liberación, cuando los alemanes ya tenían la amenaza de la derrota encima desde hacía meses. Pero eso allí dentro no se notaba. El campo de concentración tenía una población de unos 50.000 reclusos y la entrada de los hermanos de Talavera de la Reina coincidió prácticamente con la llegada del primer grupo numeroso de presas procedentes de Auschwitz, que trasvasó en total a 10.000 deportadas que fueron distribuidas por los satélites de esta antigua fábrica de ladrillos vacía.
 
Neuengamme dejó un testamento aterrador en sus siete años de funcionamiento, unos 56.000 reclusos muertos, unos gaseados en sus dos cámaras, otros agotados por la hambruna, por los inhumanos trabajos forzados, o por la epidemia de tifus que se cebó con los internos en distintas fechas por el hacinamiento y las malas condiciones higiénicas. En el memorial del campo se alude a esta terrible enfermedad que se propagó con rapidez y provocó un millar de víctimas mortales a finales de 1941.
En primavera, las SS decidieron habilitar un crematorio en el recinto para ahorrarse los continuos traslados de cuerpos a Hamburgo. Meses más tarde, se construyó la segunda cámara para gasear a los prisioneros y esparcir sus cenizas en las zonas verdes de Neuengamme.
Bautista y Francisco se salvaron, quizá por su constitución o  por ser ebanistas y realizar encargos durante el año que permanecieron en este recinto, pero fueron meses muy duros de los que el padre de Mayu hablaba lo justo. Lo hacía en ocasiones porque aprendió a enmudecer muy pronto y su hija ha ido reconstruyendo sus años en Francia, sus tres  encarcelamientos previos -Rouille, Voves y Compiegne, este último durante dos días-, por sus pocos comentarios, lo que se ha ido escribiendo a lo largo de los años y la documentación hallada.
El tren de mercancías, preparado para un largo y agotador trayecto, vaticinaba un viaje inhumano.   Las cuentas no salían a pesar de la veintena de vagones en hilera de menos de 40 metros cuadrados abiertos para recibir a más de 2.000 prisioneros de 17 nacionalidades distintas que no llegaron a imaginar las horas interminables hacinados, sin comida, sin agua, sin espacio para sentarse o recostarse para coger fuerzas. Tampoco supieron su destino ni que las SS se tomaban estos traslados como parte de su sistema de exterminio, un primer experimento que conseguía diezmar el pasaje de cualquiera de los ‘trenes de la muerte’. El convoy 1.214 no iba a tener mejor suerte.
Mayu se enteró de algunas cosas cuando su padre se atrevió a lanzar algunas confidencias con la llegada de la democracia. «Los metieron en un vagón y no les dieron agua en todo el trayecto». El viaje duraba tres días y los pasajeros se organizaron para intentar moverse en círculo «y chupar los barrotes». El cansancio hizo mella en pocas horas  y el desgaste físico de estar de pie era insoportable, pero todo aquel que caía al suelo moría y había que sobrevivir.
«Parece que hicieron una parada en otro campo de concentración antes de llegar a Neuengamme, pero no los dejaron bajar  y algunos deportados pidieron agua a los SS que descansaban fuera». A Mayu le cuesta reconstruir una escena tan escabrosa. «Los SS señalaron un bidón con orina y le pregunté a mi padre: ‘¿No os lo bebisteis no?’ No me contestó. Bajó la cabeza y lo único que dijo fue ‘La gente se volvía loca’.
Nace la asociación
El viaje de Mayu para reconstruir la historia de su padre y de su tío, honrar su memoria y dar voz a los deportados españoles en este campo de concentración cercano a Hamburgo se ha encontrado con algún tropiezo, pero espera que en las próximas semanas el colectivo que han formado una treintena de familias, bajo el nombre Amical de Neuengamme, sea operativo porque ha cumplido con todos los trámites. Aun así, el parón de actividad por la pandemia del Covid-19 ha retrasado la validación del Registro Central, obligó a cancelar el vuelo previsto para visitar el campo a primeros de mayo y reunirse con el cónsul de Hamburgo y a anular un emotivo acto en Talavera de la Reina en homenaje a Bautista y Francisco, en el que participaba la Universidad a Distancia (UNED).
El acto también contaba con la colaboración de los historiadores Benito Díaz, y Antonio Muñoz, este último investiga desde hace tiempo el listado de españoles, unos con nombres y otros con número de ingreso, que pasaron por Neuengamme y poco a poco va identificando más y poniéndose en contacto con sus familiares.
«Antonio me llamó hace un par de años  después de localizar a un hermano de mi padre para preguntar» y ahí comenzó a hilvanarse el paso de los Muñoz por este campo de concentración. También entonces Mayu tuvo la oportunidad de ponerse en contacto con otros familiares  y comenzar a trabajar para formar una asociación que ayude a visibilizar la memoria de una buena cantidad de deportados que no figura en los incompletos listado del Gobierno, que únicamente han reflejado 4.427 nombres cuando los historiadores llevan años aportando datos e investigaciones que establecen en unos 10.000 el número de deportados a campos nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
De momento, el trabajo del historiador Antonio Muñoz ha permitido elaborar una lista con más de 500 nombres, aunque aún quedan muchos que todavía permanecen en el anonimato. Incluso Alemania lleva meses intentando localizar a familiares de algunos deportados españoles para entregarles objetos y pertenencias que aún siguen sin dueño.
«Cada uno tiene sus vivencias y sus ideologías, pero como asociación queremos reconocer a nuestros familiares  y que no caigan en el olvido». También comparten la necesidad de seguir dando a conocer sus historias públicamente «para que nunca más se repita algo tan tremendo».
Fin del trayecto
Las puertas del tren se abrieron de golpe junto al inmenso complejo de Neuengamme. Mayu no sabe mucho de ese año de internamiento, salvo algunos episodios sueltos que le comentó su padre cuando  lo vio oportuno y únicamente compartía con ella a pesar de tener cuatro hijos más.
«Mi padre y mi tío lo pasaron mal como todos, pero su profesión de ebanistas ayudó a sobrellevar la hambruna», los castigos y el día y la noche en un recinto que olía a miedo, a enfermedad y a muerte a pesar de que en la primavera de 1944 el poder nazi se desdibujaba por las derrotas y  el avance de los aliados.
Los hermanos Muñoz no se separaron en esos doce meses y fueron destinados, o al menos permanecieron un tiempo, en uno de los 85 subcampos externos de Neuengamme, una antigua mina de sal. Mayu fue conociendo estos detalles gracias a Balbina, la hija de un deportado llamado Evaristo que compartió muchas horas con los hermanos talaveranos, a los que estaba muy agradecido porque le proporcionaban algo de comida y leche para sobrevivir en un pequeño cuerpo famélico a punto de agotarse.
«Mi padre siempre ha ayudado a todo el mundo y supongo que allí  se cuidaban unos a otros como podían», pero valora el gesto de agradecimiento de Balbina, con la que ha hablado muchas horas por teléfono de este tema y tiene muchas ganas de conocer en persona. Su amiga le contó hace tiempo que los hermanos Muñoz, que también compartieron tren con Evaristo, le llevaron durante algún tiempo «la leche que el cocinero del campo dejaba a su gato negro» para que se repusiera, también peladuras y restos de comida cuando podían, que se repartían entre los más débiles.
Mayu y Balbina han comentado en varias ocasiones que ninguno de ellos tuvo relación con otros prisioneros españoles una vez liberado Neuengamme, pero la hija de Evaristo sí sabía que a su padre le hubiese gustado encontrarse años después con los ebanistas de Talavera para abrazarlos fuerte. Bautista se quedó «muy traumatizado» aunque no lo compartiera con su familia. «Algunas noches los kapos de las SS entraban en los barracones, señalaban a alguien, se lo  llevaban sin más y no volvían a verle». Lo que más le angustiaba es que algún día le tocara a su hermano Francisco y ese miedo pudo provocar que Mayu siempre haya visto dormir a su padre con la luz encendida de una lamparita atenuada por el trapo que ponía encima. También le resultaba curioso su fobia a lo oscuro. «El negro lo odiaba a muerte y  no podía ponerse nada de ese color». A Mayu le sorprendía, pero entendió que se trataba de un trauma  o de una secuela del campo de concentración y no ahondó más.
Bautista tampoco relató la liberación del campo el 4 de mayo de 1945 por las tropas británicas, salvo «que notaban algo porque vieron meterse a gente dentro del campo». Días antes, los SS comenzaron una evacuación forzosa trasladando a numerosos presos al cercano campo de Belger-Belsen, aproximadamente unos 10.000 prisioneros formaron parte de la marcha de la muerte hacia Lübeck y, al menos, otros 6.500 fueron obligados a montar en dos barcos de los que únicamente sobrevivieron 600 tras el bombardeo por error de los británicos, que no pensaron que los alemanes llevaban prisioneros.
Los hermanos se quedaron seis meses en Alemania para curarse de las distintas enfermedades que traían de Neuengamme, pero nunca terminaron de sanar del todo porque Bautista arrastró problemas derivados de «unos bronquios destrozados» sus últimos veinte años de vida y murió con 72 años.
Sus otras batallas
«Mi padre siempre estuvo muy agradecido a todos los que les ayudaron tras el campo. No tenían nada, pero recibieron unos pantalones, les curaron las heridas, pudieron comer caliente» y recuperarse antes de buscarse la vida y pensar dónde ir. El camino de los hermanos Muñoz se separó y Bautista decidió emigrar a Venezuela mientras Francisco se quedó en Francia, pero ambos echaban de menos España a pesar de que ya llevaban años sin pisarla.
Bautista se casó con Gloria Cejas  y ambos intentaron regresar al cabo del tiempo, pero él no conseguía permiso, así que ella se trasladó a Talavera en 1960 con tres hijos y otro en camino, y dos años más tarde, en diciembre de 1962, entró Bautista. La dictadura y su burocracia pusieron muchas trabas desde el principio. La familia no disponía de libro de familia, ellos estaban casados por lo civil y tuvieron que formalizar el matrimonio por la iglesia a pesar de que él era ateo. En aquellos momentos incluso se llegó a considerar que sus tres hijos mayores eran ilegítimos y tenía que adoptarlos. «Mi padre era muy echado para adelante y se comía el mundo, pero el día que volvió a España decidió también morderse la lengua y sopesó lo que había pagado por una ideología, al fin y al cabo, se trataba «de un rojo», explica con énfasis su hija. Nunca militó en un partido, pero su ideología comunista se fue suavizando con los años para acercarse al socialismo.
El salto fundamental que ayudó a establecerse a esta familia en Talavera llegó con el ofrecimiento de Tomás, hermano de Bautista, para que trabajase con él en una fábrica de muebles que había montado y este contrato familiar fue su salvaconducto para poder establecerse en Talavera. El reencuentro tuvo que ser especial porque no veía a sus padres ni hermanos, salvo a Francisco, desde1939. Sin embargo, en esos años sufrió una gran pérdida, la de su inseparable hermano Francisco, al que volvió a ver en los 60 en una boda en Talavera, pero apenas tuvo tiempo para despedirse porque murió el mismo día que iba a coger un avión para regresar a Francia. Sus hijos decidieron que sus restos reposaran aquí, cerca de sus hermanos. En aquel momento se perdió la historia compartida de estos dos hermanos que huyeron a Francia tras luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil para evitar la cárcel o el fusil.
El exilio en Francia tampoco trajo tranquilidad. «Me contó que estuvieron en dos campos de refugiados y del último se escaparon los dos, siempre estaban juntos», subraya Mayu. Le hubiera gustado conocer más sobre esta etapa, pero añade que lo único que sabe es que  formaron parte de la resistencia francesa y los sorprendieron «pasando gente», con lo que fueron trasladados a cárceles francesas hasta que formaron parte del pasaje del tren para Neuengamme.
Mayu seguirá honrando la memoria de su padre a través de la nueva asociación, recopilando más documentación y echando de vez en cuando un vistazo al traje de rayas que guarda desde hace tiempo  para que nadie olvide la historia de Bautista, el número 31.274 de Neuengamme.
 
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